La mujer no tiene historia […] su nombre muere con ella.
Cimodocea Hernández Pacheco
A la vista de la frase rotunda y clara, hay que aceptar que a Cimodocea Hernández Pacheco le habría sorprendido poco saber que de sus escritos y de su paso por el mundo, entre los siglos XIX y XX, no nos queda prácticamente nada. No hay rastro de ella en la Biblioteca nacional. Su desaparición es casi absoluta.
Pero no vamos a consentir que la escritora desaparezca del todo, porque no se lo merece.
Los textos suyos que aún pueden leerse en los archivos de prensa histórica nos hablan de una autora original, diferente, con talento, muy libre, combativa y comprometida.
No os extrañe que vuestras desdichas no conmuevan, ni vuestras lágrimas sean enjugadas, ni vuestra miseria socorrida, ni las enfermedades que os diezman llamen o preocupen la ajena atención; vuestros sufrimientos son necesarios para “conservar el equilibrio social”; de otra suerte se perdería “la belleza del conjunto”. Sí, es necesario que al lado del lujoso tren que arrastra la ociosidad y la molicie estéis vosotros metidos en el cieno, para que así se cumpla la ley de los contrastes […] ¿Que tenéis hambre? ¿Que sufrís? ¡Quién piensa en eso! Desengañaos, así como hay reyes de derecho divino, hay mendigos de derecho divino también. Sería, pues, vano tratar de remediar vuestra situación: todos somos miserables: vosotros materialmente, moralmente nosotros.
Cuando Cimodocea pone el punto final al párrafo que antecede, corre el año 1883 y está muy enfadada. Quiere organizar en Salamanca una delegación de la Sociedad Protectora de los Niños. Institución que se había fundado en Madrid unos años antes. Cimodocea quiere que, a imagen de Madrid, Salamanca también se organice para luchar contra la pobreza y el desamparo infantil. Pero sus intentos se estrellan contra la indiferencia general.
Enrabietada, afila la pluma –la mejor arma de un escritor– y no pierde ocasión de arremeter en sus artículos contra todo lo que se mueve.
Pero ¿quién era Cimodocea Hernández Pacheco?
Los periódicos charros del XIX nos la presentan como:
“notable escritora”
“brillante escritora conocidísima de todo el público de Salamanca”,
“laureada escritora”
“la elegante y correcta pluma de la escritora salmantina doña Cimodocea Hernández de García».
En el libro “La reina del Tormes”, Fernando de Araujo cita a Cimodocea en su listado de “poetas, estadistas, críticos, artistas y sabios” que dan esplendor a Salamanca.
De la pluma elegante de Cimodocea salieron –que sepamos– cuentos, artículos de opinión, ensayos y artículos de crítica literaria. Fue colaboradora de El Adelanto, El Independiente, El Fomento, El Eco de la Verdad y publicó sus narraciones en diversos periódicos y revistas.
De su biografía no sabemos prácticamente nada. No hay datos de su infancia ni de su juventud ni de sus estudios. Sabemos que debió de casarse en los años ochenta del siglo XIX, que tuvo tres hijas y que una de ellas murió muy joven. Vivió un tiempo en Alba de Tormes y años después en Campo Real, una población cercana a Madrid. Falleció en los primeros días de 1922.
Pero la habíamos dejado en 1883, enfadada y afilando la pluma para arremeter contra todo lo que se moviera en Salamanca.
La polémica de los festivos
Y lo que se mueve en la ciudad esos días es la polémica por la apertura de algunos negocios en días festivos. La ciudad está dividida entre los que les parece una herejía que comerciantes e industriales abran los domingos y fiestas de guardar, y los que opinan que domingos y festivos son buen momento para hacer caja.
Cimodocea interviene en la polémica a favor de los que quieren abrir en domingo, abogando por la libertad de conciencia, y acusando de intolerantes al sector duro del catolicismo charro:
[…]que la histórica intransigencia escudriñase y alambicase las más nimias costumbres religiosas e inventara absurdos que castigar, con el mal sano objetivo de esclavizar el pensamiento, oscurecer las ideas, matar la dignidad del hombre y dominarle haciéndole inconsciente, pues solo sobre la ignorancia puede ejercerse dominio; pero hoy que cada cual es rey de su hogar; que no se cuelgan San Benitos, ni hay Santo Oficio que queme, ni doctrinas heréticas, que todo se discute, se subordina a la razón, se aquilata y se acepta y devuelve un tácito respeto que sería injusto reclamásemos si no supiéramos corresponder con otro análogo, ¿quién es quién, repito, para calificar de bueno o malo que esos industriales trabajen en días festivos? ¿Qué perjuicios experimenta la sociedad porque esos comercios no se cierren en tales días? ¿A qué escándalo se da lugar porque permanezcan abiertos?
Reprocha que les escandalice un comerciante que abre su tienda en domingo, y que ante un niño sin recursos queden indiferentes, sin mover un dedo para ayudarla en su empeño de organizar en la ciudad una Sociedad Protectora de los niños.
Del enojo de Cimodocea tampoco escapan Las sociedades protectoras de animales. Así lo cuenta la revista madrileña El Siglo Futuro, a cuyas paginas llega la odisea de la escritora charra:
Doña Cimodocea H. de G. que vive en Alba de Tormes, ha escrito en El Fomento de salamanca unos artículos contra las sociedades de animales protectoras.
Es decir, manifestando que mientras haya tantos niños desamparados y desnudos y tantos pobres que emigran o se mueren de hambre, y tantos enfermos mal asistidos, no está bien ni medio bien gastar cuidados y dinero en obsequiar a las bestias.
Todo lo cual es de sentido común y sana razón.
Más no por esto se ha librado la escritora de recibir alguna carta anónima de algún socio, no sé si protector o protegido, tratándola de cruel y de exclusivista, porque todo lo bueno quiere para los individuos de la raza humana.
Desengáñese, doña Cimodocea. Hay un refrán que dice:
El mayor mal de los males
es tratar con animales
Polémicas –e ironías– aparte, La Sociedad Protectora de Los Niños consigue, tras los muchos problemas iniciales, instituirse en Salamanca.
La primera reunión se celebra en el número 14 de la calle Espoz y Mina, en lo que en aquella época era el colegio de san Rafael. Un centro privado -y caro- de primera y segunda enseñanza.
Como en aquella época los hombres van por un lado y las mujeres por otro, en la naciente delegación salmantina de la Sociedad Protectora de los niños se forma un patronato de mujeres y otro de hombres. Del patronato femenino se nombra secretaria a Cimodocea.
Pero el catolicismo radical no perdona las opiniones vertidas por la escritora. Contra ella tienen sus escritos en defensa de la apertura de festivos, y unas cuantas alusiones vertidas en diversos trabajos, criticando algunos puntos de vista de la iglesia.
Cimodocea ataca la visión eclesiástica de la vida como valle de lágrimas, proclama a los cuatro vientos que también en este planeta es posible encontrar el cielo, y se atreve a enmendarle la plana a la mismísima santa Teresa:
Para los filósofos místicos a lo Santa Teresa, la felicidad no era otra que <<padecer o morir>> dejar cuanto antes <<esta cárcel, estos hierros>> que aprisionan el alma y la impiden volar a su destino.
Por si esto fuera poco, un año antes, en 1882, en un ensayo con motivo del tercer centenario de la santa, aunque Cimodocea no ahorra en elogios a una mujer que deslumbró en su época, emprendedora e independiente, tampoco se queda corta en las críticas a la santa:
Quería consolidar una poligamia divina y fundaba conventos para dar esposas á Cristo, su excelso amado, sometiéndolas á maceraciones, ayunos y privaciones de todo género; pues así, solo así, únicamente así era posible, á su entender, poseer á Jesús.
En resumen, que entre unas cosas y otras un amplio sector del catolicismo charro tiene mucho contra Cimodocea.
En el seno de la Sociedad protectora de los niños se desencadena la venganza.
Así lo cuenta la escritora:
[…]entraré a exponer ciertos hechos que creo de interés local y hasta de interés común, dejando que cada cual los juzgue según su criterio, […]
Constituida en esta población la Junta organizadora de la Sociedad Protectora de los niños, fue nombrada la que suscribe Secretaria de la Junta Directiva del patronato de señoras. […] empezó sus trabajos con bonísimos auspicios; trabajos que pronto habrían sido fructuosos si no se hubiera creído cuestión previa y capitalísima la retractación exigida a la autora de estas líneas, de un escrito que llevó a la prensa, en el cual, a lo que parece, cometió el pecado de hacer la apoteosis del trabajo y abogar por el respeto a la conciencia ajena que proclama y garantiza la Constitución del Estado.
Nunca pude imaginar que para la realización de una buena obra, fuera un obstáculo mi tolerancia en materia religiosa; pero como, según se vio, lo era, y no me hallaba dispuesta a retractarme de lo que no tenía ni tengo por malo, me apresuré a renunciar al cargo que se me había confiado, obviando así la dificultad que se oponía al logro de tan humanitaria empresa, que era cuanto deseaba; […]
Si mi retractación era necesaria y mis convicciones no la consentían, retirándome yo quedaba salvado el inconveniente.
Mas no fue, por desgracia, así. La idea de fundar en esta ciudad una delegación de la Sociedad Protectora de los niños, murió al tiempo de convertirse en hecho, apenándose mi espíritu al contemplar que tanta influencia ejerza lo pequeño, accesorio e insignificante, sobre lo infinitamente grande, trascendente y humanísimo.
Con lo dicho queda explicado el por qué de la disolución del Patronato de señoras; […]
Expulsan a Cimodocea de la organización que ella se esforzó en crear, en castigo por su libertad de conciencia, pensamiento y expresión.
Técnicas narrativas
El compromiso de Cimodocea con los problemas de su tiempo no la llevó por la senda de la literatura realista. En sus textos descubrimos a una escritora que estaba más que harta de narraciones realistas y naturalistas, que tenía ya un pie –o los dos– en el siguiente estadio evolutivo de la narrativa.
Ella se queda con lo mejor de las técnicas realistas, pero dando cabida también a los sentimientos, al drama, la tragedia:
El novelista ha de atender, en primero y exclusivo término, a que todo lo que refiera sea o pueda ser, estudiando el modo lógico de su encadenamiento, dado el tiempo del suceso, pues lo lógico de los hechos varía como éste, evitando los efectos teatrales, sin que jamás aparezca la mano de la providencia y menos la de la fatalidad, y mucho menos proponerse un fin moral castigando el vicio y premiando la virtud, como casi nunca sucede en la vida; sin olvidar por eso, que no carece el mundo de tragedia ni lo dramático es inverosímil: que tampoco ni por acaso se trasluzca la causa de los acontecimientos, y en fin, que todo acontezca como acontece, sin saber por qué ni para qué.
De la lectura de sus textos se desprende que Cimodocea tenía un extraordinario talento para dar vida a personajes que aún conociéndolos sólo a medias -ninguno de sus cuentos por entregas se conserva completo- conmueven. Los temas que preocupan a la escritora son el amor, el choque de los sueños contra la realidad, la verdad, la mentira, las calumnias, la felicidad…
A Cimodocea Hernández Pacheco pertenece esta definición deslumbrante sobre en qué consiste el trabajo de un escritor:
Es trabajo espinoso dar calor y movimiento a un libro haciendo latir corazones que no existen.
Ficción literaria
De sus trabajos de creación literaria sólo he podido localizar tres cuentos: Broma de Carnaval, Vanitas Vanitatum y Juanito.
A la vista de los tres no queda más remedio que afirmar con rotundidad que los personajes de Cimodocea viven. Puede que fragmentados, incompletos, sin comienzo y hasta sin desenlace, pero sus corazones laten. Están tan vivos que existen y, con sus más de cien años encima, siguen siendo actuales.
BROMA DE CARNAVAL
De este cuento no se conserva ni el principio ni el desenlace, Sólo tenemos un fragmento.
Amalia se ha encaprichado de Fernando. Un artista, un pintor:
Fernando era circunspecto, y entendió a medias el culebrear de aquella gitana, que se dejaba ir, yendo y viniendo, hacia aquel corazón virgen de Fernando. Quería enamorarle, rendirle, y así estuvo embromándole toda la noche. […]
La red estaba tendida maestramente, y Fernando se dejó coger. Ya no podía él vivir sin ella; había él sentido, al conocerla, algo como rocío refrescante en el alma; como tinieblas despejadas, anhelos, ansias de vivir mucho y muy aprisa… […]
– Permítame V., Amalia (la duquesa no oculto su nombre propio), que antes de separarnos lleve de V. la promesa solemne de que la veré, la veré… ¡Que no sea todo broma, Amalia! Esta noche he empezado a vivir. Créalo V!
Se separaron; ella en frío, renegando, a la postre de aquella comedia, paso inesperado, de visos románticos, cosa por la duquesa aborrecida. […] En fin, seguiría la broma a ver qué novedad ofrecía, siempre estaba a tiempo de darle un corte cuando le fuera en talante y la aburriese mucho: a bromas más pesadas estaba ella hecha.
Al siguiente día mandó alquilar y preparar un piso tercero, en un barrio extremo […] Allí llamó a Fernando; allí le vio una noche y otra noche a horas distintas; allí le enamoró a mansalva, con ensañamiento […] Promesas para el porvenir […] Ella iría a habitar con él su estudio […] Ella sería su modelo, su inspiración; asociarían sus nombres, a semejanza de Rafael y la Fornarina; los laureles serían comunes, las dichas inseparables… ¿Era eso lo que él quería? Hablarle a un artista de gloria circuyéndole de amor, es emborracharle, abrasarle con néctares del Olimpo, volverlo loco. Y Fernando se volvió.
(se concluirá)
La conclusión se ha perdido y ya no sabremos nunca a dónde le llevo a Fernando su locura y hasta donde disfrutó Amalia su broma…
VANITAS VANITATUM
Tampoco está completo.
Cimodocea cuenta la historia de Gloria. Una joven que vive para impresionar con su físico a los demás. Hasta que un día que sale emperifollada de un hotel camino de una fiesta, sucede algo:
[…]quiso Dios que se sintiera aquejada de repentina indisposición: y que al llevar el pañuelo a la boca para recoger algo caliente y salitroso que se le viniera a los labios, viese que era sangre. ¡Sangre! ¡Qué era aquello! Los galenos, convocados más tarde a consulta, en vista de que la indisposición no cedía, aseguraron que Gloria moriría, en plazo más o menos largo, tísica. ¡Tísica Gloria! ¡Gloria morir![…]
Como punzada morbosa atravesó su mente la idea de lo que es morir. No podía ser. ¡Cómo! ¡Todo aquel su mérito para el cual no había en este mundo cotización posible, iba a quedar reducido a polvo, lodo! A menos, ¡a asquerosidad sui generis, a gusanera inmunda! Alejó este pensamiento por absurdo. Aceptó, sí, por fin la idea de la muerte; pero allá, allá… para muy lejos. Comenzaron sobre la marcha los trámites de curación. […] Todo en vano. La muerte empezó a acelerar el paso. […]
rebuscando con codicia un último modo artístico de presentar sus encantos, que, aunque ajados y en lamentable deterioro, podrían resplandecer de modo raro aun dentro de la misma frialdad y tristeza de la muerte […]
Irguiendo la cerviz, dirigió la palabra a la doncella que la asistía […] habló de esta manera:
– Escucha, Casilda, ya ves, me muero
– No, no, señorita, no lo querrá Dios
– Sí, si lo quiere Dios, articuló Gloria, de modo que arrancaba el alma.
[…] Mira, siguió después de breve intervalo, lo que tengo que mandarte es para que lo hagas después de que me muera… ¡Oyes!
– Sí, sí, después, pero no piense en eso la señorita.
– Sí, si pienso. Escucha. ¿Te acuerdas de aquel ultimo traje que estrené para una comida a que asistí en casa del marqués de R? Bueno. Pues así que espire, coges mi cuerpo, tú sola ¿oyes?, lo lavas, lo perfumas… pies de Rusia… ya sabes… mi aroma favorito… […] Después, me extiendes el cabello bien perfumado y abrillantado ¿eh…? Me pones en orejas, manos, brazos y pecho cuantas joyas puedas… lo dejo a tu buen gusto… Luego, macetas… flores, muchas flores… Y así que todo lo termines, que me retraten. ¿Te enteras? […] Después… repartes el retrato a los amigos y permites que me vean, sin tocarme, todos los que lo deseen. ¡Lo harás así, dí!… Júramelo.[…]
Las órdenes postrimeras de la hermosa fueron satisfechas con exactitud por la doncella […]
todo el que quiso admiro los rasgos rígidos, pero bellos aún […] Asombráronse del extraño brillo con que las joyas fulguraban sobre la muerte, cuando ésta la representa un cuerpo como el de Gloria. […]
Si por permisión del Altísimo hubiera descendido a la tierra el espíritu de Gloria con el fin de contemplar los despojos de su hermosura […] habríase henchido satisfecho, rebosando ultraterrestre orgullo, tal vez semejante a orgullo de condenado, habiéndose volado con presteza a las alturas, antes de que le sorprendiera el festín que habían de celebrar los gusanos con aquel cuerpo que tanto amó.
Termina el cuento con el grito escandalizado de un cura al tener noticia del último deslumbramiento que quiso protagonizar Gloria:
¡Vanidad de vanidades! Perdona, Señor a tu sierva y conceda tu misericordia un refugio en la Bienaventuranza a quien a tan miserable gloria se atuvo……..
Sigue un epilogo de la autora con cierto tufo moralista. Pero no deja de ser curioso cómo Cimodocea hace que Gloria triunfe en su empeño, salga vencedora resplandeciendo con extraños brillos en medio de la muerte…
Por mucho epílogo en el que la escritora condena las superficiales vida y muerte de su protagonista, lo cierto es que la narradora del cuento, al imaginar que el espíritu de Gloria pudiera volver a la tierra a contemplar su velatorio, da por supuesto que su alma está en el cielo, ya que de allí descendería y con “permiso del Altísimo”. Luego, no hay condena…
JUANITO
Es el cuento más largo de los tres. Se ha perdido la primera entrega pero el resto hasta el desenlace se conserva intacto.
Cimodocea cuenta la historia de un joven estudiante, idealista y perdido, una suerte de quijote que no encaja en el mundo, que no sabe o no quiere ocupar el espacio que le corresponde, que decepciona todas las expectativas de sus allegados, y que para no afrontar la vida prefiere aislarse del mundo.
La escritora plantea varios temas en esta historia: vivir en un mundo irremediablemente hostil; la lucha entre el instinto y la razón; los enredos del amor y el interés; las ficciones calumniosas del qué dirán…
Puedes leer el cuento Juanito aquí
Otros trabajos de la escritora
Artículos de prensa:
- ¿Hay felicidad?
- La calumnia
- Influencia del Evangelio en la civilización
- Un desagravio
- Un punto final
Artículos de critica literaria
- “Plumazos” del señor Filiberto Villalobos
- Monólogo
- Algo sobre el romanticismo y el naturalismo
Ensayo
- Cuatro palabras sobre el amor de santa Teresa de Jesús
El Periódico ABC en su edición del 17 de octubre de 1920 anuncia la publicación del séptimo número de la revista Gloria Femenina. Entre los diferentes artículos se cita “Contestación a una carta” de Cimodocea Hernández Pacheco (el artículo está ilocalizable)
La escritora firmó la mayoría de sus trabajos con las iniciales de su apellido y el de su marido: Cimodocea H de G. Ocasionalmente firmó como Cimodocea Hernández de García. Una vez fallecido su marido, opta por recuperar sus apellidos de soltera y firma como Cimodocea H. Pacheco.
El triunfo del idealismo
Cimodocea Hernández Pacheco en varios de estos trabajos critica el pesimismo de los autores realistas y naturalistas. Les acusa de fijarse sólo en lo feo:
No es mejor artista el que pinta con verdad lo feo.
Proclama que “El mundo no es tan malo como lo pintan esos caballeros”, y que todavía existen héroes: “algún héroe o heroína escondida en el fondo de un hogar doméstico”,
Quizá es este optimismo de Cimodocea el que aleja su concepción literaria del levantamiento de actas tristón que practicaban los naturalistas; y que haya un lugar en sus narraciones para “las pasiones pequeñas”, los “pesares íntimos”, las “lágrimas contenidas”, para esos héroes ocultos “al fondo de un hogar doméstico”, para ilusiones, idealismos y fantasías.
Qué duda cabe que la sobredosis de realismo hunde, paraliza, desmoraliza y bloquea. Todo es tan feo, tan negro que para qué luchar, para qué intentar nada. Cimodocea Hernández Pacheco con su idealismo, su fe en la felicidad, removió Roma con Santiago para organizar en Salamanca una institución que protegiera a los niños, criticó en sus escritos todo lo que le pareció injusto, luchó por cambiar el trocito de mundo a su alrededor.
“vosotros, ¡oh, poetas! No os hagáis realistas” […] No abandonéis, no, esas puras regiones de vuestra fantasía, sed poetas […]
Eso nos pide Cimodocea. No seamos realistas. Seamos poetas. Porque el mundo lo cambian sólo los poetas.
*La imagen de cabecera de esta entrada es un dibujo de La Ilustración Nacional : revista literaria, científica y artística: de 1991. Procede de la web de prensa histórica del Ministerio de cultura
Bbibliografía
- El Independiente Año I Número 19 – 1902 mayo 11 de 1902 , 30 de marzo de 1902
- “Cuatro palabras sobre el amor de Santa Teresa de Jesús”. 15 de octubre de 1882 Tercer centenario de Santa Teresa de Jesús
- Noticiero de Soria Número 5931 – 1938 octubre 24
- La Opinión : diario de Salamanca Epoca I Año 22 Número – 1892
- El Independiente Año I Número 19 – 1902 mayo 11
- El Fomento: revista de intereses sociales Año III Número 87 – 1883 enero 10, Núm 156 6 de octubre de 1883, Num. 168. 22 de noviembre de 1883, Número 111 14 de abril de 1883 , Núm. 116 – 2 de mayo de 1883, Número 150,14 de septiembre de 1883, Año XIII Número 2634 18 de enero de 1893
- El Adelanto : Diario político de Salamanca’ – Año XXVII Número 8341 (29/08/1911)
- El Independiente Año I Número 12 – 1902 marzo 23
- El Siglo futuro. 30/6/1882
- La Opinión diario de Salamanca Epoca I Año 28 Número – 1892 10, 11,14,15,16, 18 de noviembre de 1892
- Unión escolar Mayo de 1902 crítica a plumazos
- El Criterio Diario Católico 6/1/1892
- ABC 17 octubre 1920
- EL COLEGIO «SAN RAFAEL» DE SALAMANCA (1881 • 1887) Provincia de Salamanca, Revista de Estudios Num 1 Enero-Febrero 1982
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Leyendo tu entrada me venía a la cabeza un libro de Ángeles Caso titulado "Las olvidadas, una historia de mujeres creadoras", que precisamente trataba de recuperar los nombres de mujeres anteriores al siglo XIX que lucharon por hacerse un hueco en el mundo literario. Has hecho un trabajo de hemeroteca muy bueno y has recuperado para la historia el nombre de Cimodocea. A ella le habría encantado (¡a mí también!)
Muchas gracias, Inma Cg!! Me alegra que te haya gustado Y espero que a Cimodocea también le hubiera gustado. Aunque habría echado en falta muchas cosas; todas las que se han perdido. Es una pena. El libro de Ángeles Caso que mencionas no lo he leído. Me acuerdo de cuando lo sacó y de oír hablar de él, pero por unas cosas o por otras al final no lo leí. Me lo apunto, a lo mejor es mi momento para ese libro. Pero es que es verdad, en la historia de la literatura ( y supongo que de la cultura en general) a la mujer no se le hace justicia. Hay que cambiar eso!! 🙂 Muchas gracias por leer y por comentar.