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Carmen Martín Gaite, una de nuestros escritores más grandes, es autora de novelas inolvidables. Décadas después de la creación de estos libros, sus páginas nos comprenden, hablan de nosotros, siguen consolando a nuevas generaciones de lectores, aunque habitemos mundos y tiempos cada vez más diferentes a los que vivió la escritora.

Por eso, por la dimensión indiscutible de Carmen Martín Gaite, indagamos en su método de trabajo. La escritora contó muchas veces cómo escribía en diversas entrevistas. Este artículo pretende recoger algunas de aquellas claves.

El espacio

Empecemos por lo más tangible: dónde escribir y con qué. La primera escritora que habló de la importancia de un espacio propio para desarrollar la escritura fue Virginia Woolf en Una habitación propia, un espacio físico —y mental— que te pertenezca sólo a ti, sin interrupciones ni interferencias de los demás.

La casa entera de Martín Gaite era una casa de escritor. En una entrevista de 1983, la periodista describe así la vivienda de Martín Gaite:

En todas las habitaciones se puede escribir; todas tienen un escritorio y una cama, elementos inseparables para las largas horas de creación. Son como pequeños refugios que le permiten las migraciones interiores de un cuarto a otro, cargada con la máquina y las cuartillas. “Así cambio de decorado cuando estoy aburrida”

(…) La máquina de escribir espera abierta siempre, sobre la mesa.

La máquina de escribir, obsoleta hoy, devorada hasta la desaparición por los ordenadores, simboliza una relación muy física con la escritura que ya casi ha desaparecido. Cuando hoy cortamos, pegamos o suprimimos párrafos lo hacemos en una pantalla y con un clic. Martín Gaite se armaba de tijeras y cortaba el párrafo de verdad. Si necesitaba desahogarse, podía arrugarlo con rabia y tirarlo a una papelera en la que haría ruido al estrellarse contra los demás deshechos. Si le gustaba, podía acariciarlo, echarle una gota de cola y pegarlo en otra página que lo mereciera más que aquella en la que nació. Una técnica parecida a los collages a los que Carme Martín Gaite era muy aficionada: “Todo son cachitos”, nos confesaba en Nubosidad variable.

En 1992 Martín Gaite defendía así la importancia de la escritura a mano:

—Eso de escribir, ¿no llega a cansar?
—Naturalmente. Tanto, que ya me ves, tumbada en el sofá. Además, yo lo hago siempre a mano, nada de ordenador, y eso termina agotando, tantos folios, tantas correcciones, tanto pegar papeles unos encima de otros. No tiene la misma gracia si lo haces con ordenador. Mira, es como esos que hacen el amor aquí te pillo aquí te mato, cuanto más pronto mejor. ¡Pero si lo bonito es tardar para que luego dure mucho! ¿A quién le apetece terminar cuanto antes? Cuando me pongo a escribir una novela, disfruto tanto que me gustaría estar siempre así.

Hoy surgen ya algunas voces de psicólogos y pedagogos —con los que Martín Gaite estaría sin duda de acuerdo— que hablan de las consecuencias cognitivas de abandonar el papel y el bolígrafo.

Estoy escribiendo este artículo en mi portátil, y no puedo evitar sentir mareos sólo de pensar que tuviera que recortar con tijeras un párrafo que no me gustaba y que acabo de suprimir. El problema es que Martín Gaite casi siempre tiene razón. Así que el salto de lo manual a lo digital seguramente dejará su huella inevitable en la literatura… Tema abierto a la reflexión.

El tiempo

La defensa de la escritura a mano y de la máquina de escribir sirve a Carmen Martín Gaite de argumento adicional para señalar un elemento indispensable a la hora de escribir una novela: el tiempo. Mucho tiempo. La autora de Vuestra prisa y Ritmo lento aconseja no apresurarse en publicar. Demorar, disfrutar la escritura

—¿Esa paciencia la entienden los novelistas más jóvenes?
—Me parece que no, pero esa es la realidad. Es el consejo que yo les doy siempre. Ya sé que no lo seguirán, pero no puedo decirles sino lo que yo hago. Todas mis novelas las he escrito con mucha tranquilidad. Ya sé que Kafka escribió “El castillo” en veintisiete días y lo comprendo también, pero es que luego lo guardó en un cajón. No se comportó así por la prisa de publicar. La redacción de una novela no se puede tomar como una carrera.
—¿No hay excesiva prisa por publicar, como dice usted?
Demasiada. Y por salir retratados en los periódicos, que es lo que más gusta. También a mí, por supuesto, pero eso es el postre. Cuando se ha estado ocho años preparando un libro y por fin te lo encuentras en las librerías te pones contentísima, claro que sí.

Imaginamos a Carmen Martín Gaite en su casa de escritora, con la máquina de escribir siempre abierta y el ánimo dispuesto a un proceso largo, que va a abordar sin prisas. ¿Pero por dónde empezaba ella?

La inspiración

¿De dónde vienen las novelas?. Ese chispazo interior que le soplaba al oído: Carmiña, es aquí, aquí se esconde una novela, ¡vamos por ella!

En la vida del novelista considero de vital importancia el entorno, que favorece el hecho de escribir, el conocimiento de vidas y experiencias de cuantos nos rodean. En la época actual porque la televisión absorbe casi todo existen menos incentivos y posibilidades de conocer ese mundo que nos rodea.

Mientras vas viviendo, vas acumulando material narrativo. La vida es una especie de sarta de cuentos.

La receta es clara: amigas y amigos escritores, a vivir. Menos mirar la tele y más salir a ver mundo, pasear, charlar… Y tal vez haya que tomar nota de lo que más nos impresione:

Como persona, mi característica principal es ser desordenadísima. Trabajadora, también con bastante fuerza de voluntad, pero, desorden, el caos. Y no me digas cómo trabajo porque cada día sale la cosa de una manera. Tomo notas en cuadernos que llevo siempre en el bolso (…) a veces he llegado a sacar tanto de esos cuadernos que mi último libro, que llevo preparando hace dos años y que se titula “el cuento de nunca acabar” se basa prácticamente en ese sistema.

Carmen Martín Gaite en 1973

Carmen Martín Gaite en 1973. Fotografía de la web de prensa histórica del ministerio de cultura

El proceso

Atención ahora todos que aquí viene lo más difícil; llevar la idea al papel.

Es un proceso de dos fases, una de ascenso y otra de declive. La primera consiste en averiguar cuál va a ser el comienzo de la novela, que es lo más difícil. Pascal dijo que lo último que se encuentra al escribir una obra es aquello que debe colocarse primero. Mis novelas suelen tener muchos comienzos, hasta que doy con el verdadero. Cuando ya sé por intuición cuál va a ser el comienzo, porque he dado con la expresión que andaba buscando, empieza la segunda fase, la de la escritura. Si además del comienzo se conoce el final, es más fácil rellenar el centro; pero si se ignora el final, la propia escritura lo va desvelando.
—Es decir que tienes dos maneras de escribir novelas.
—Yo las denomino por dos clasificaciones: novelas de partitura y novelas de improvisación.
—¿Por ejemplo?
—Retahílas es novela de partitura, está más trabajada que El cuarto de atrás, novela de improvisación.
—¿Sueles corregir mucho?
—Redacto un primer manuscrito, lo corrijo y lo paso a máquina; vuelvo a corregir esta primera versión, intercalo párrafos, quito otros, etcétera, y la copio a máquina.

Las escuelas y talleres de escritura, que tan de moda están en nuestros días, llenan sus páginas web de artículos sobre dos tipos de escritores. Los que escriben con mapas y planificación, siguiendo todo al pie de la letra para no perderse. Y los que van por la vida literaria con una brújula no muy grande y una idea en el horizonte, escribiendo un poco a la buena de dios, dispuestos a perderse si hace falta y a que salga el sol por donde quiera.

Martín Gaite, a diferencia de las escuelas de escritura, no etiqueta a los escritores. Afirma que todo depende de lo que vayas a contar. Unos libros piden mapa y otros brújula. No hay reglas.

La magia

No puede haber reglas porque los textos literarios no son matemáticas. Ni siquiera una maestra en el arte de contar como Martín Gaite se atreve a decir que dos más dos sean siempre cuatro,

Nunca me pongo a pensar previamente en los argumentos, yo no sé por qué me salen estas novelas. Con los amigos me pasa igual. (…) Cuando los estoy necesitando vienen. Y con los argumentos me pasa igual: vas pensando y de pronto… ¡toma! Aparecen. Yo escribo como tocan los de jazz, improvisando.

Cuanto antes lo asumamos, mejor; hay un algo inexplicable y mágico que reina en la creación de las novelas. Un prodigio que los escritores —aún los grandes como Martín Gaite— no están seguros de controlar ni tan siquiera de que vaya a producirse.

En otras palabras, un carpintero cuando hace una mesa sabe hacer otra, pero quien escribe un libro tal vez no sepa escribir otro.

—¿Acaso vives la escritura como un desafío contigo misma?
—Claro que sí; cuando se me ocurre una idea para una novela, desde que la piensas hasta que la haces es un reto, ya lo creo que lo es. Se trata de preguntarse ¿cómo lo hago para que a mí me convenza? Y siempre me parece que no voy a ser capaz.

El oficio ayuda, pero cuando te pones ante un argumento nuevo es como si empezaras otra vez. Tienes mayor seguridad y un estilo propio,, pero eso no significa que puedas contarlo de la misma manera que las otras veces. El escritor está aprendiendo continuamente. A estas alturas todavía me sorprende ponerme ante un folio en blanco y me hace ilusión vencer las dificultades que se me van presentando; no sabes lo contenta que me pongo cuando consigo superarlo. Más que un oficio, a veces pienso que es como un vicio.

Es un vicio que tiene su oficio. Se asienta sobre el vicio, en el sentido de la pasión, entusiasmo, iluminación, enamoramiento, endiosamiento de una idea y que no se cambiaría por nada y eso es lo que tiene de vicio. Oficio es el desempeño porque no baja del cielo la inspiración.

Lo que es el acto mismo de escribir, resolver las dificultades que te plantea, el reto de esas mismas dificultades, eso yo no lo cambiaría por nada. Cuidado que hay cosas que a mí me gustaría hacer, pero si volviera a nacer escogería primero que nada escribir.

Y como todos los «vicios» la satisfacción que reporta escribir una historia no puede medirse con la lógica y todavía menos con el sentido práctico.

[…] aunque sea duro eso de pasar años escribiendo una novela, que los demás leerán en un par de días. Pero también ocurre con la comida. El ama de casa está horas preparando los alimentos y luego todo eso desaparece de prisa y corriendo en media hora. O las labores que hacen las mujeres: centenares de horas bordando las sábanas, confeccionando puntillas que los demás no apreciarán en lo que valen. Y así todo. En la vida todo es cuestión de quitar y de poner y derrochar mucha paciencia.

El estilo

Uno de los más directos responsables de los esfuerzos que implica escribir, del trabajo que dan las novelas es el lenguaje. Porque lo más importante en literatura no es lo que cuentas sino cómo lo cuentas. Y esa es una decisión que cada escritor debe tomar en conciencia.

La postura de Carmen Martín Gaite al respecto es rotunda y yo diría que militante. Escribir una novela para ella es conversar con otro ser humano, el lector. Por eso la búsqueda de la claridad es una constante en la autora.

—Lo patético es que apenas existe alguien a quien contar cosas. Y entonces se escribe por una sustitución de conversar. Sin embargo, es muy superior el placer comunicativo oral al escrito. A mí los escritores que más me convencen son los que parece que nos están hablando cuando los leo.
—Nunca se escribe como se habla, claro.
—Es cierto, existe una muralla que unos escritores alimentan con más fuerza y otros tratamos de derribar. Probablemente el secreto está en escribir un poco como se habla y en hablar un poco como se escribe, para ir destruyendo el muro que separa la narrativa oral de la escrita.
—¿Cómo vas consiguiendo esto?
—Con bastante esfuerzo. A mí me gustaría escribir como hablo, porque me doy cuenta de que hablo mejor que escribo. Y voy intentando que esta identificación se produzca lo más posible.

Si los seres humanos pudieran hablar sin prisas, sin interrupciones la literatura quizá no existiría, ya que es una sustitución de lo que se ha querido y no se ha podido decir. (…) se escribe desde la soledad y la incomunicación en búsqueda de un oyente utópico.

 

Cualquiera que lea algo mío puede que le guste o no, pero no tiene que volver atrás para ver quién es el que lleva el abrigo abrochado. No creo que una novela sea mejor porque no se entienda. La cuestión no es destruir, sino acendrar el lenguaje.

El refugio

Para escribir una novela hace falta mucho tiempo, mucho trabajo pero tiene una gran recompensa. Durante todo ese largo proceso los escritores viven otra realidad, habitan un mundo diferente al que compartimos todos. Conviven durante el largo proceso de una novela con personajes que pueden llegar a ser nada complacientes y que no pocas veces meten al escritor en terrenos peligrosos:

En esta novela [El cuarto de atrás] hablo con un interlocutor irreal, un hombre vestido de negro que me visita una noche de tormenta, cuando yo estaba muy deprimida. (…) Había noches que tenía que volver a casa rápidamente porque sabía que me estaba esperando el hombre vestido de negro. Casi le veía sentado en una silla, tan mágico y atemporal, tan imperturbable y tan nítido.

 

Era un “cortón”. A veces me dejaba “colgada” con alguna cosa que me decía. Y yo estaba nerviosísima. También parecía reírse de mí a veces, y esto me ocasionaba desasosiego. Lo mismo se “quedaba conmigo” que me tomaba el pelo de mala manera. (…) Me sentí durante muchos instantes trastocada, viviendo unos momentos increíbles, sin haber tomado nada “anormal” que me produjera algún efecto extraño. Eran efectos reales de un personaje irreal que yo veía. Creo que esta magia de la novela fue el motivo de que me otorgaran el Premio Nacional de Literatura.

Por arte de la magia es como se llega a escribir el final de las novelas. Tu manuscrito ¡por fin! empieza a parecerse a lo que soñabas al principio. Pero tal vez no del todo… Conviene entonces volver a armarse de paciencia y tal vez guardarlo un tiempo más en la carpeta:

—Empecé «Nubosidad variabl»e en el año ochenta y cuatro, pero entre medias se me cruzaron una serie de ensayos y de relatos (…) hasta que por fin he podido concluir esta novela”
—¿Y se encuentra satisfecha de los resultados?
—Hombre, pues sí, porque de lo contrario continuaría con el original en la carpeta. Yo no sé si es buena, pero se parece bastante a lo que yo quería hacer, algo que por otra parte no lo sabía hasta que lo iba haciendo.

Escribir una novela es un desafío que requiere de trabajo, paciencia y tiempo. Pero a cambio la fantasía nos ayuda a vivir.

¿Y sin fantasía, Carmen, ¿se puede vivir?
Pues yo no puedo. No sé.

El día que me quiten ese juguete, me hunden.

Esforzadas y felices escrituras para todos. También para ti si no escribes novelas y piensas que por eso no eres escritor, como si la vida no se pareciera a las novelas…

Documentación utilizada

  • La Estafeta Literaria: Nº 645-646 – 1 octubre 1978
  • Baleares : órgano de Falange Española Tradicionalista y de las J.O.N.S.: Suplemento – 1977 marzo 27
  • Baleares : órgano de Falange Española Tradicionalista y de las J.O.N.S.: Año XLIV Número 13874 – 1983 octubre 20
  • Libertad: diario nacional-sindicalista: Año XLVI Número 10673 _ 24/02/1979
  • Pueblo: Diario del Trabajo Nacional: Año XLIV Número 13238 _ 25/03/1983
  • El Diario de Ávila : periódico independiente: Año LXXXVI Número 26869 _ 25/02/1984
  • Diario de Burgos : de avisos y noticias: Número 31439 – 1992 septiembre 13
  • El Diario de Ávila : periódico independiente: Año II Número 45 _ 17/08/1997
  • Clij : Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil: Año 4 Número 26 – 1991 Marzo
  • Diario de Burgos : de avisos y noticias: Número 31286 – 1992 abril 1

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