Al pasar bajo el arco de la Plaza Mayor que da salida a las escalerillas del Mercado, los mayores cuentan a los niños el misterio de la mujer muerta: aquí se mató una mujer. Los niños levantan la mirada, se agarran con más fuerza a la mano de quien los lleva y con mucha seriedad contemplan la inscripción de la mujer muerta.
Un escalofrío cosquillea entonces en la nuca de los niños. Detienen irremediablemente su marcha bajo el balcón y sin dejar de observar el mensaje de piedra preguntan: ¿pero quién era? ¿qué le pasó?
Lo que sí sabemos es que en otros lugares existen inscripciones parecidas. Sin irnos muy lejos de la Plaza Mayor, en la recoleta placita de Sexmeros, sobre la fachada de una casa frente a la iglesia de san Julián, encontramos esto:
En otras ciudades también se recogen testimonios de inscripciones parecidas. En Segovia, frente a la iglesia de santa Eulalia, bajo unos porches, Julián María Otero en 1915 en el libro Itinerario sentimental de la ciudad de Segovia, o sea, un paseo por sus calles… recoge una de estas inscripciones.
Adosada al muro se ve una cruz con esta leyenda <<Aquí murió un hombre. Pedid por él>>”.
En Córdoba, en la pared del convento de santa Ana hay una cruz de madera en cuya peana se puede leer:
Aquí se mató un hombre que cayó de esta pared rueguen al Señor por él. Año de 1677.
Los libros de Historia no dicen nada de estas inscripciones. La Historia sólo se ocupa de los grandes acontecimientos. Las historias pequeñas, las conmociones individuales, la intrahistoria de una mujer muerta en la Plaza Mayor y de un hombre asesinado en la plaza de Sexmeros, le importan sólo a la Literatura.
Una explicación de estas inscripciones la aporta Eulogio Florentino Sanz en Don Francisco de Quevedo Drama en cuatro actos:
Escuchad con atención:
(con lentitud)
Siempre que es muerto un cristiano
al golpe de agena mano [sic]
sin hacer su confesión, los vivos, que en la infinita
bondad esperan con fe,
donde el hombre muerto fue
Clavan una cruz bendita.
[…]Y esa cruz santa
lúgubre allí se levanta,
para repetir a todos:
—por tragedia tan cruel
del cielo invocando el nombre—
<<Aquí mataron a un hombre…
rogad al cielo por él>>
Es decir que la clave de este tipo de inscripciones estaba en morir sin confesión. Cuando eso sucedía, familiares y amigos del fallecido pedían a través de las inscripciones, a todo el que pasara por el lugar, cuantas más oraciones mejor para que le fueran perdonados al muerto los pecados que no pudo confesar.
Juan Ramón Jiménez, aporta una explicación parecida:
La noche echada, María,
y el pueblo triste y con luces
que dulce melancolía
se pone sobre esas cruces!
Aquí mataron á un hombre
allí un hombre se mató…
cada cruz enseña un nombre
—¿los has leído— yo no…yo nunca los he leído
un asesino… un suicida…
un hombre que va vestido
De negro por la otra vida.
Juan Ramón, más generoso que Florentino Sanz, extiende el efecto redentor de las inscripciones no sólo al que fallece sin confesión “al golpe de ajena mano”, también a los que toman la peor de las decisiones y ponen fin a sus vidas.
Una explicación algo distinta es la que aporta Clerjon de Champagny, un soldado francés que escribió Álbum de un soldado durante la campaña de 1823 en España. Una especie de diario en el que habla de las costumbres españolas que va encontrando a su paso por el país. Francisco Morales Padrón hace alusión en Guía sentimental de Sevilla al contenido de este diario :
[…]los petimetres sevillanos que al pie de la reja cantan serenata a las amadas. Si surge un rival la reyerta es inevitable. Y si uno de los fogosos amantes muere, en la casa de la beldad disputada se fija un azulejo coronado con una cruz negra con estas palabras: <<Aquí mataron a tal…etc>> Inscripciones que no intimidan a los enamorados por lo que a veces se encuentra repetida la fúnebre plaquita en la misma mansión”.
Siguiendo las explicaciones del romanticón soldado francés, tras estas inscripciones se ocultarían historias que en realidad no son de amor sino de rivalidad incontrolada entre dos hombres, que con los ojos puestos en la misma mujer echaron mano a sus espadas, puñales, arcabuces o vaya usted a saber qué, para resolver el conflicto. Y apuesto a que sin molestarse en pedir opinión a la interesada. detallín sin importancia en aquellos siglos…
Mucho antes de la aparición de los petimetres, Calderón de la Barca sostiene la misma teoría que el soldado francés. En Hombre pobre todo es trazas, Calderón describe el enfrentamiento de dos hombres por una mujer. En este fragmento el escritor deja claro que no todos los españoles eran de duelo fácil. Don Félix y don Rodrigo se disputan a a doña Beatriz, pero don Rodrigo no está muy por la labor de protagonizar una de estas inscripciones:
FEL
Has procedido
como villano cobarde
RODR.
Así moriré más tarde
[…]
que por eso
no hemos de reñir tampoco
FEL:
A estocadas
RODR.
¿A estocadas?
[…]
que no han de decir por mi:
Aquí mataron a un hombre
Sino: aquí como un lebrel
(Desta suerte han de decir)
A un hombre hicieron huir
rueguen al miedo por él.
Las inscripciones solicitando oraciones para muertos anónimos más o menos misteriosos debieron de ser muy frecuentes en los siglos XVII, XVIII, y XIX. Los escritores las consideraban un hecho conocido, entendido por todos y aludían a ellas incluso en tono burlesco como Tirso de Molina en La Romera de Santiago:
Traigo los pies y son vainas
donde el juanete profesa
tan gran clausura, que obliga
con las meninas tijeras
a la cuchillada en cruz
Y dice abajo una letra:
<<Aquí mataron a un callo,
Rueguen a doña Teresa,
que se calce un punto más,
porque de esta suerte tenga
su apretado pie en descanso
De cordobán y de suela.
La reiteración de aquellas inscripciones no ha llegado a nuestros días porque muchas de las casas que guardaban en sus muros el recuerdo de una muerte fueron derribadas.
Así ha ocurrido en Salamanca, donde encontramos testimonios de alguna de esas cruces hoy desaparecida:
En la calle de la Rúa, el día de san Marcos de 1752, caminaba pacíficamente Tomás, arreando dos mulas cargadas con aceite. No muy lejos de allí, una muchedumbre algo perjudicada por el vino y la fiesta había procedido a la suelta del Toro de san Marcos. Un toro enmaromado que inició una rápida carrera calle Zamora abajo.
Los participantes llevaban al toro hasta la Universidad con el objetivo de que el animal entrara por una puerta y saliera por otra como ordenaba la tradición.
Tomás, ajeno a la fiesta, seguía su camino por la calle de la Rúa. El toro no tardó mucho en llegar a la Rúa. Cuando el astado se encontró con Tomás lo empitonó sin piedad. De nada sirvieron los esfuerzos de los jóvenes que tiraban de la maroma para quitarle de encima el toro al arriero. Tomás perdió la vida entre los cuernos de aquel toro. Al año siguiente se prohibió la suelta del Toro de san Marcos.
La tragedia de Tomás se grabó con una cruz sobre pizarra que se colocó en el punto donde sucedió la desgracia. No conocemos ese punto porque el muro donde se colocó la cruz tampoco se ha conservado.
Como la cruz de Tomás, otras muchas cruces habrán desaparecido al derribarse casas viejas.
Quién sabe si la mujer de la Plaza Mayor soportó una existencia atormentada que la arrastró al suicidio, o si fue una mujer alegre más propensa a la risa que a la lágrima, que al pasar junto al arco de la Plaza un día de 1838 sufrió un accidente fatal.
Quien sabe si el hombre asesinado de la plaza de Sexmeros murió víctima de rivalidades políticas o hasta familiares, si se encontró con un bandido al que negó la bolsa y le quitó la vida, o si murió porque amó a una muer, que en el año de 1792 tal vez residió al otro lado del muro que hoy sostiene la inscripción de aquella muerte.
De la mujer muerta en la Plaza Mayor y del hombre asesinado en la plaza de Sexmeros no sabemos mucho. Pero sí sabemos que tuvieron una muerte repentina que sumió a su entorno en una tristeza tan grande, que cinceló la piedra de los muros y viajó en el tiempo, y todavía hoy ensombrece la mirada y el semblante de todo el que pasa atento a las historias que guardan entre las piedras los muros antiguos.
*Artículo publicado el 2 de noviembre de 2011. Actualizado el 23 de julio de 2024
BIBLIOGRAFÍA
- Paseos por Córdoba ó sea apuntes para su historia. Teodomiro Ramírez de Arellano. 1873. Córdoba
- Itinerario sentimental de la ciudad de Segovia, o sea , un paseo por sus calles… Julián María Otero. 1915
- Guía sentimental de Sevilla. Francisco Morales Padrón.
- Don Francisco de Quevedo: drama en cuatro actos. Eulogio Florentino Sanz.
- La romera de Santiago. Tirso de Molina
- Pastorales. Juan Ramón Jiménez.
- Hombre pobre todo es trazas. Calderón de la Barca.
- Salamanca y sus alrededores su pasado, su presente y su futuro. Eleuterio Toribio Andrés Talleres tipográficos «Cervantes» de Avelino Ortega, 1944. Salamanca.
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