—Los fantasmas no existen.
No sé cuántas veces me lo repitieron de niña. Nunca me lo creí del todo. Hasta que me hice mayor. Creces, y te confías…
Dejé de prestar atención a crujidos inexplicables, a pisadas de nadie, a las voces que dicen mi nombre en la duermevela. Le perdí el respeto al rincón oscuro del trastero y empecé una vida sin muertos.
Hasta que una mañana temprano, el rayo de sol que calienta la esquina norte del balcón dejó de venir. Y no me importó. De verdad que no me importó nada. Pero desde ese día, a Mariana el cerebro se le llenó de niebla. O a lo mejor no fue desde ese día, pero yo no puedo evitar relacionarlo.
Mariana, que siempre jugó y cantó y rió como una niña, desde ese día se volvió seria…
A veces, cuando voy a verla, no me reconoce.
Ahora la tía Mariana sólo habla de muertos. Se inquieta porque se hace tarde y alguno de nuestros muertos no ha venido a cenar con ella ni a arroparla a la hora de dormir.
—Ya vendrán…
Le digo eso.
Y ella se tranquiliza pero yo me inquieto.
Cuando me voy, sé que dejo a Mariana entre fantasmas.
Y no existen… No sé cuántas veces me lo repitieron de niña. No existen…
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Así es. Y persiguen y atormentan. Al final todos tenemos que intentan ser un poco cazafantasmas, y si podemos echarle un poco de humor, a lo Bill Murray en la peli, entonces creo que podemos hasta vencer ¡Un besazo! 😘 Gracias por leer y comentar!!!