Llevamos un tiempo que sentarse en el suelo de la Plaza a comer o merendar tomando un bañito de sol charro es muy popular.
Las quejas sobre los usos de la Plaza Mayor han sido constantes desde que recordamos: que si los bañistas solares, que si las casetas de la feria del libro, que si los conciertos. Algunos querrían que la Plaza se vaciara de eventos y se limitara a ser el telón de fondo de tranquilos paseos a su alrededor; que por otro lado también están muy bien.
Pero a lo largo de su historia, la Plaza Mayor lejos de estar vacía de eventos, ha sido centro de la actividad de la ciudad.
Para eso fue levantada. Para acoger la vida de los ciudadanos. Sus actividades comerciales (que determinaron la necesidad de los soportales por los que hoy nos paseamos, para que los mercaderes tuvieran donde cobijar sus puestos), y para acoger también sus actividades lúdicas.
La Plaza Mayor es posterior a la época dorada de los caballeros que a lomos de un caballo combatían lanza en mano. La nobleza ya no necesitaba entrenarse en el arte de la lanza y la jabalina, porque ambas habían quedado irremediablemente anticuadas al explotar el descubrimiento de la pólvora. Sin embargo, el pueblo charro siguió durante un tiempo siendo propenso a extasiarse con los combates, y los nobles siguieron igual de encantados y de propensos a dar el citado espectáculo. Y alguno todavía debió de darse en la recién nacida Plaza Mayor. Así lo afirma Santiago Cividanes en su Historia de la Plaza Mayor de Salamanca, la Plaza en sus primeros años pudo ser testigo, aunque muy escasamente, de alguna justa y combate caballeresco.
Muy ajenos a la problemática actual toros sí/toros no, nuestros antepasados salmantinos celebraban habitualmente en la Plaza Mayor espectáculos taurinos. El Ayuntamiento alquilaba los balcones y al parecer se sacaba un buen dinero (los ayuntamientos siempre sacando tajada de todo, eso es universal de todas las épocas).
De hecho el precio de alquiler de algunos balcones fue determinante para la construcción de la Plaza, porque algunos inquilinos adelantaron el dinero para disfrutar de los balcones cuando se hubiera construido.
Los billetes que permitían la entrada al ansiado balcón se redactaban a mano. Se conserva alguno de 1814 que daba derecho a ver los toros desde un balcón segundo, de sombra:
Pagará al mayordomo de propios 290 reales y verificado pasará con este “villete” [SIC] a casa de don Manuel San Martín, donde recogerá otro para que el inquilino le franquee el balcón.
Había toros en la Plaza Mayor con mucha frecuencia: en las fiestas de la ciudad, cuando se casaban los príncipes, y hasta cuando se doctoraban estudiantes con posibles para financiar los festejos. A esto se llamaba “doctorarse con pompa”. El que no tenía tanto dinero se doctoraba sin tanta pompa, y en paz. Alrededor de 1846 dejaron de celebrarse corridas en la Plaza Mayor.
Fue por entonces cuando decidieron ajardinar el interior de la Plaza. Y en el centro tardaron poco en situar un templete de hierro para que las bandas de música amenizaran los paseos festivos de los salmantinos. Aquel templete protagonizó una gran polémica, cuando en 1898 se decidió quitarlo de la Plaza y trasladarlo a la Alamedilla. Los salmantinos se enzarzaron entre ellos unos a favor y otros en contra del traslado del templete.
Los periódicos locales enfrentaron sus posturas. El Adelanto lideraba la causa a favor de mantener el templete en la Plaza. El Noticiero abogaba por emplazarlo en la Alamedilla. Se sucedían las cartas al director, la recogida de firmas, las peticiones al Ayuntamiento…
El templete, ajeno a su protagonismo en la vida política y periodística de la ciudad, se vio al final expulsado de la Plaza y recolocado en la Alamedilla.
Mientras el templete de hierro envejecía arrinconado en la Alamedilla, olvidado por todos, y expuesto al mal uso de chiquillos juguetones, o de gamberros varios, se decidió en 1901 la conveniencia de construir un nuevo templete en la Plaza mayor. Esta vez de madera. Según la prensa del período, el templete de madera resultó ser un armatoste que no gustó. Se decía que mientras estuvo en construcción parecía un patíbulo y una vez terminado una jaula de canarios.
Un poco por lo feo del templete y otro poco por la tendencia tonadillera de la época, al templete de madera le sacaron coplas enseguida:
¡Qué templete, cielo santo!
¡Qué idea,señor, más loca!
Verlo de noche da espanto
porque el patíbulo evoca.
Más que templete cualquiera
dice que tiene delante
gigantesca ratonera
o pajarera gigante.
La madera resultó ser material poco resistente y en 1906 el estado del flamante templete ya no era bueno. Se temía hasta por la integridad personal de los aguerridos músicos, que empezaron a tocar en el suelo sin arriesgarse a subir al templete. Y como Salamanca es así, contradictoria y dada a los prontos, se empezó a pensar en la conveniencia de traer de vuelta el templete abandonado en la Alamedilla. Y el templete de hierro, convenientemente reparado, volvió a su emplazamiento inicial en el centro de la Plaza Mayor.
Y allí vivió sus últimos años hasta que en 1918 nuevas voces desde el Ayuntamiento clamaron por su desaparición. El adelanto recoge una de aquellas sesiones consistoriales, en la que destaca la firmeza terca, casi charra, de nuestro grandísimo Miguel de Unamuno (contrario al pobre templete de la discordia):
El Sr. Unamuno: el templete no hace falta en ningún sitio.
El Sr. Marcos Borrego: ¡Ah, pues allí en el Teso de la Feria sería muy bonito!
El Sr. Riesco: Otra vez vamos a jugar al templete, como hace años en que tan pronto se instalaba en la Alamedilla como en la Plaza Mayor. Y no se acabará nunca.
El Sr. Unamuno: Quitándolo de todas partes se acaba enseguida.
El Sr. Llópiz: Vendiéndolo como yo propongo. Esta sería la primera reforma de la Plaza, hasta llegar a la de la desaparición de los jardines y el asfaltado.
El Sr. Viñuela: pero eso de vender el templete como hierro viejo… Además, está bien…
El Sr. Unamuno: Y estorba.
El Sr. Viñuela: Estorbará a su S. S.
El Sr. Unamuno: ¡Hombre!… ¡A todo el que tenga ojos en la cara y sepa mirar!…
Aún con don Miguel de Unamuno en su contra, el templete de hierro resistió en la Plaza Mayor hasta 1930. Los jardines que lo acompañaron perdieron los árboles un poco antes, en 1921.
La zona verde, primero sin árboles, y luego sin templete, se mantuvo hasta 1954. Ese año Franco visitaba Salamanca y se aprovechó la ocasión para eliminar la zona verde que restaba, y pavimentar.
Los jardines de la Plaza, aunque menos polémicos que el templete, tampoco fueron del gusto de todos. Incluida también una fuente que precedió al templete de hierro. Muchos de los salmantinos de finales del XIX se referían a la fuente como “la ensaladera”.
A lo largo de la historia, la Plaza Mayor además de acoger luchas caballerescas, toros, jardines, fuentes y templetes, fue también escenario del despertar del cine. Hay testimonio escrito de que en 1882, para celebrar el centenario de santa Teresa de Jesús, se proyectaron en la Plaza Mayor los llamados cuadros disolventes. Imágenes unidas mediante fundidos que se proyectaban al aire libre. Para ello hubo que colocar un andamio en la Plaza sobre el que se extendió un gran telón para proyectar las imágenes. Se proyectaron 60 vistas y los espectadores pudieron disfrutar del espectáculo durante dos horas.
Las justas caballerescas en su época, los toros, las músicas en el templete de hierro, en el templete de madera, los jardines con árboles, y luego sin árboles, fueron protagonistas de polémica como lo son hoy los bañistas solares, las casetas de la feria del libro, y los conciertos. Aquellos entonces y estos ahora hablan de la importancia de la Plaza Mayor, de que el corazón de la ciudad sigue latiendo en el mismo lugar y atrayendo a los salmantinos y visitantes de todos las épocas.
De la plaza mayor decía Francisco Fernández Villegas en Salamanca por dentro:
En la Plaza están los mejores comercios. En la Plaza el paseo de verano, por los jardines, el de invierno, por los soportales. […] Las fiestas son en la Plaza. En la Plaza estallan los motines; en la Plaza se obtienen las noticias; en la Plaza se encuentran los que se buscan y los que no se buscan. En la Plaza se apean de los coches los viajeros que vienen, y en la Plaza montan los viajeros que se van. La Plaza es a Salamanca lo que a una casa la sala principal.
Carmen Martín Gaite escribió sobre la Plaza Mayor:
Yo estaba acostumbrada a ver de vez en cuando grupos de turistas que contemplaban arrobados sus medallones y cresterías, mientras escuchaban las explicaciones de algún guía cansino o consultaban
una pequeña guía turística donde podía contrastarse lo real con lo fotografiado. Pero yo nunca la pude ver como un monumento, y sigo negándome a reconocerla en los libros de Historia del Arte que tanto la encomian. La veo como un espacio muy grato y nada solmene donde se percibe el pulso de lo cotidiano, donde se entra varias veces al día a buscar algo. Allí están los principales comercios y cafés, y he visto en mis viajes posteriores que sigue siendo lugar de reunión, donde vienen a parar los estudiantes, los que llegan del pueblo a algún recado, los ociosos, los contemplativos, los que han quedado con alguien y los que no.
Está bien cuidar la Plaza, y preocuparse de que no se deteriore ni se ensucie con las actividades que en ella se realizan, pero sin olvidar que nació para ser nuestra sala de estar. Donde escuchamos música, tomamos un bocata, navegamos por internet y charlamos con los amigos. En la Plaza Mayor lo monumental no puede vaciarse de lo cotidiano.
Bibliografía
- Historia de la Plaza Mayor de Salamanca. Santiago Cividanes. 1936
- Historia de Salamanca. Villar y Macías
- Salamanca por dentro. Francisco Fernández Villegas. 1889?
- Rutas de Salamanca en mi recuerdo. Carmen Martín Gaite Coto cerrado de mi memoria. Ruano, Charo. Salamanca: Consorcio Salamanca 2002.
- El adelanto. Hemeroteca
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