Hace mucho tiempo, en la lejana Salamanca del siglo XV, un hombre soñó una casa.
Para que el sueño de Rodrigo Maldonado de Talavera se convirtiera en la Casa de las Conchas, hizo falta perseverancia y paciencia. (Y también, claro, montones de maravedíes. Pero los maravedíes no eran problema grande para Rodrigo Maldonado).
La edificación soñada era tan inmensa, que no tenía solar suficiente con sus propiedades. Rodrigo Maldonado tuvo que convencer al Cabildo catedralicio, para que le vendieran unas casas que poseían junto a las suyas en aquel lugar. Y no fue fácil. El Cabildo tardó años en plegarse a aquella venta.
La documentación de la venta está fechada en abril de 1486. Y hay una segunda venta de más casas en 1493. El derribo de todas ellas y la edificación de la Casa de las Conchas es de suponer que comenzara por tanto a finales del siglo XV. Y es probable que la construcción no se completara hasta entrado el siglo XVI.
Aquella flamante Casa de las Conchas era más imponente que la que hoy conocemos. Se dice que se extendía hasta la actual calle Meléndez. Y existe documentación que habla de sus torres. Tuvo al menos tres. Una, en la esquina con la Rua.
Otra, en la misma calle al extremo opuesto del edificio.
Y se menciona una tercera torre en la calle Sordolodo (actual calle Meléndez).
En la documentación encontrada se dice además que las torres eran “muy crecidas”. Recomiendan los entendidos que para imaginar aquellas torres primitivas de la Casa de las Conchas, nada mejor que elevar la mirada a la Torre del Aire.
A esta Casa de “torres crecidas” (o a parte de ella si es que no estaba aún rematada del todo) llega Juana de Pimentel recién casada. Su marido, Arias Maldonado, hijo de Rodrigo Maldonado de Talavera, toma del escudo familiar de su mujer el motivo de las conchas, y en un arrebato amoroso da la orden de envolver la casa en centenares de esas conchas.
Los más romanticones de los estudiosos de este edificio no pierden la oportunidad de atraer nuestra atención hacia la que llaman Reja del Amor.
Está justo encima de la actual oficina de turismo. Explican que los peces a ambos lados del escudo de los Maldonado, en la zona superior de la ventana, representan a los delfines de Afrodita, diosa del amor.
El monumento al amor se completa con los amorcillos de la parte inferior de la ventana.
Los más escépticos en esto de los efectos secundarios del amor sobre la arquitectura, explican que lo que en realidad manifiestan las conchas es la profunda devoción de la familia Maldonado al apóstol Santiago.
Entre el arrebato religioso y el arrebato amoroso yo me quedo con el amoroso que es mucho más resultón.
Voy a no dar importancia a las capitulaciones matrimoniales de la joven pareja, en las que se comprueba que el matrimonio de Juana Pimentel y Arias Maldonado fue concertado por sus estratégicos padres. Tampoco voy a tener en cuenta que la familia Maldonado dejó atado y bien atado en las capitulaciones lo relativo a la dote de Juana Pimentel: una suma muy cuantiosa que se le entregaría al novio en tres plazos; el primero treinta días antes de la boda, el segundo al año de la celebración, y el tercero a los dos años…
Voy a pasar por alto todo eso, y elijo creer (¿por qué no?) que a la Casa de las Conchas llega una joven esposa enamorada, rebosante de risas ante la idea un tanto loca de su enamorado marido de cubrir el edificio de conchas.
Nuestra Juana Pimentel haría su vida en las habitaciones de las ventanas principales de la calle Compañía. Y se apoyaría a lo mejor en la balaustrada de la segunda planta del patio, a contemplar el cielo entre el bullicio ajetreado de los criados en la planta inferior.
Aunque de vez en cuando no podría evitar que se le enredaran los ojos en alguna de las aterradoras gárgolas del patio, y se le escapara el pensamiento a algún territorio sombrío; porque a quién no le persigue alguna sombra…
Quizá esta Casa de las Conchas tan amorosa fue la que inspiró al autor de la comedia Todo es enredos de amor. Se atribuye a Diego de Córdoba y Figueroa, pero también se ha dicho que su autor pudo ser Agustín Moreto.
Fuera cual fuera su autor, esta obra de nuestro teatro del siglo de oro transcurre en la Casa de las Conchas. Y cuenta una historia muy del Barroco. Llena de disfraces, enredos, confusiones, y amores arrebatados que no reparan en los medios con tal de lograr sus fines.
En la comedia, la dueña de la Casa de las Conchas es una viuda que alquila las habitaciones a estudiantes de la Nobleza. Ha puesto una cédula en el portalón de la casa avisando que <<se alquila un cuarto principal>>. A ese cuarto principal va a parar la protagonista, doña Elena, que viene desde Madrid a Salamanca disfrazada de hombre, fingiéndose estudiante, dispuesta a convertirse en el mejor amigo de Felix de Vargas, otro estudiante hospedado en la casa de las Conchas, y del que Elena se ha enamorado perdidamente y sin solución por el simple hecho de haberle visto desde la ventana, pasando por delante de su casa madrileña…
Una escalera misteriosa, escondida tras una puerta en el cuarto de doña Elena, es lo que marca la frontera entre la superficie y los sótanos, la realidad y la mentira, la ropa y el disfraz, entre lo que soy y lo que crees que soy. Una escalera quizá de caracol, de las que se enredan y enredan. Una escalera quizá como la que está entre rejas, a mano derecha según entramos en el patio de la Casa de las Conchas.
Esa escalera misteriosa unía el patio con los sótanos (ahora ya no) y también con las plantas superiores y a ellas entre sí.
No es difícil imaginar a doña Elena vestida de hombre (caminando por los pasillos, hoy repletos de libros y donde seguro también está el suyo), dirigiéndose a su cuarto de estudiante para bajar a hurtadillas por esa escalera y mantener ante todos la compostura de sus disfraces. Que el que más y el que menos ha echado mano alguna vez de una de esas escaleras de caracol que desembocan en el reino de los disfraces… Resulta que al final habrán hecho bien en meter entre rejas la escalera de caracol…
El final de la obra no lo voy a desvelar. Pero vamos, que tratándose de una comedia que se desarrolla en un edifico recubierto de románticas conchas, muy mal no puede acabar…
En la época en que se escribió Todo es enredos de amor, la Casa de las Conchas todavía conservaba su esplendor, sus espectaculares torreones y su distribución original.
Cuando los Jesuitas deciden construir su seminario (la Clerecía), su primera opción son los terrenos de la Casa de las Conchas. Intentan comprarla pero los propietarios se niegan. Más adelante, con la construcción ya realizada, vuelven a intentar en repetidas ocasiones y con los sucesivos herederos la compra de la Casa de las Conchas, porque estorba mucho a la perspectiva de su gigantesca construcción.
Cuenta la leyenda que los Jesuítas ofrecieron una onza de oro por cada concha. Pero ninguno de los herederos quiso desprenderse de la casa. De la deformación de esta leyenda procede sin duda la leyenda urbana que ha circulado mucho por la ciudad: bajo cada una de las conchas hay un tesoro escondido, una onza de oro, una perla, vaya usted a saber…
La Casa de las Conchas pasó por herencia de los Maldonado al marqués de Valdecarzana, y más tarde al conde de Santa Coloma en calidad de conde de las Amayuelas.
En 1701, siendo propietario José Manriquez de Lara, conde de las Amayuelas, se rehace la fachada de la Rua. Todavía se ven las cicatrices de aquella restauración.
En 1772, la casa ya sólo conserva una torre. Ese año, Simón de Gavilán y Tomé se ve obligado a recortarla en un tercio de su altura para evitar la ruina del edificio.
En los años sesenta del siglo XIX, Modesto Falcón en su Guía de Salamanca, dice que “el patio está desfigurado pero su dueño actual se propone restaurarlo”.
Y es que en la última parte del siglo XIX la Casa de las Conchas había sido cuartel y se ve que la soldadesca no se desvivió por cuidarla.
La Casa de las Conchas no se recupera del todo hasta marzo de 1908. El Adelanto da cuenta de las obras realizadas
En las habitaciones del principal, […] era casa con cuartos de fonda, bajitos, chiquitos y empapeladitos
Hoy, gracias al celo del señor Hurtado de Mendoza, administrador del conde de Santa Coloma, [la Casa de las Conchas] es lo que su autor quiso que fuera: un palacio verdaderamente suntuoso, en el que la piqueta ha destruido los cielos rasos que la empequeñecían y ha puesto al descubierto preciosos artesonados que dan a las habitaciones el carácter señorial.
A principios del siglo XX, la casa de las Conchas la habita la familia del administrador del Conde de Santa Coloma. En los periódicos queda constancia de que en este tiempo en la Casa de las Conchas se hacen exposiciones, reuniones sociales, bailes… a los que asisten, según El Adelanto:
Los señores Hurtado de Mendoza, acompañados de su encantadora hija María Teresa y su bellísima sobrina Casilda de Montenegro.
Me parece a mí que el redactor anduvo algo desafortunado, y que a María Teresa no le haría mucha ilusión que el periódico la calificara a ella de “encantadora” y a su prima de “bellísima”. En fin, no es más que una anécdota. Puede que María Teresa, tras leer el periódico, paseara el mal humor por la galería superior del patio, algo triste a lo mejor por tener que vivir en una ciudad como Salamanca. Puede que mirara algo mohína a través de una ventana, y se sintiera tras las rejas un poco encerrada. Porque por muy obra de arte que sean esas rejas, no dejan de ser rejas.
Es verdad que en sus tiempos (y en cualquier tiempo) las rejas tuvieron una finalidad defensiva; en el siglo XV andaba la Nobleza muy alborotada y tenían todos las espadas muy sueltas. Y por este aspecto de fortín inexpugnable que tiene la Casa de las Conchas es por lo que Modesto Falcón dice del edificio:
Su aspecto general es serio y elegante, sin fastuosidad, como los caballeros de los tiempos de los Reyes Católicos.
Sin embargo a mí, la Casa de las Conchas no me devuelve la imagen del valiente caballero de la armadura, del que por cierto a nadie le importaba hacer constar si era encantador o bellísimo…
La Casa de las Conchas, tan estoica y serena, se me parece más a las damas de aquellos caballeros sin ataduras, que se largaban a recorrer mundo entregados a sus cruzadas, abandonando las responsabilidades domésticas, los hijos, los abuelos, sus casas, al cuidado de las mujeres que tendrían toda la servidumbre del mundo, pero que no podían desarrollar su vida mucho más allá de las cuatro paredes de su casa.
Desde Juana Pimentel hasta María Teresa Hurtado de Mendoza y su prima Casilda de Montenegro, todas esas mujeres mirarían el horizonte por entre el enrejado artístico de la casa de las Conchas, envidiando la libertad de sus caballeros, y quién sabe si fantaseando con vestirse de hombre para ser más libres. Fantasía que lleva a la práctica la protagonista de Todo es enredos de amor, en sus frenéticas subidas y bajadas por las escaleras misteriosas de la Casa de las Conchas.
No sé cuánto tiempo viviría la familia Hurtado de Mendoza en la Casa. Pero entrado el siglo XX, la Casa de las Conchas deja de ser una vivienda familiar, y se llena de niños que acuden allí a cursar la enseñanza media. La Casa de las Conchas era el Colegio Menéndez Pelayo.
No sé si los curas, profesores de aquel colegio serían o no muy estrictos, pero se rumorea que algunos niños, de vez en cuando, se escapaban del colegio por un pasadizo que comunicaba la Casa de las Conchas con un patio de la casa vecina; misterios de aquella Salamanca subterránea…
El Menéndez Pelayo cierra sus puertas en los años sesenta.
En 1967 el propietario de la Casa de las Conchas, el conde de santa Coloma, cede el edificio al Ayuntamiento para usos culturales. El Ayuntamiento y el conde formalizan un arrendamiento con una duración de 99 años prorrogable, al precio simbólico de una peseta de oro. En esa época la Casa de las Conchas ya pedía a gritos otra restauración:
la cubierta del edificio requiere ser levantada casi en su totalidad; la balaustrada de su bonito patio plateresco necesita la fabricación de piedra labrada para restaurar algunas de sus partes, y los interiores requieren también una reparación total.
No sé si se harían esas obras. Se llevaran a cabo o no, en 1989 la Casa de las Conchas es objeto de la última restauración hasta la fecha, de la que salió tan bonita como la vemos en la actualidad. Fue una obra de tal magnitud que desmontaron todo el patio y dotaron de cimientos a la casa porque no los tenía.
En 1993 se abre la Biblioteca. Tres años después, los condes de Santa Coloma entregan la propiedad de la Casa de las Conchas a la junta de Andalucía en pago de un impuesto de sucesiones. Y durante unos años los salmantinos entramos y salimos de la biblioteca, la mayoría sin saber que pisábamos territorio andaluz; qué cosas.
En 2005 el Estado permuta el edificio del Banco de España en Granada por la Casa de las Conchas, y así es como la Casa de las Conchas vuelve a pertenecernos a todos.
Que la Casa de las Conchas haya terminado acogiendo una biblioteca pública, nos permite a todos entrar en el edificio y jugar a imaginar cómo fueron hace siglos sus estancias. Nos permite pasear libremente por el patio que recorrerían en todas direcciones, muy agitados, las servidumbres de todas sus épocas; y nos permite subir a la galería y sentarnos tranquilamente en uno de los bancos a respirar Historia, a coger perspectiva, y a encontrarnos con Juana Pimentel, con María Teresa y su prima Casilda, con los niños que se escapaban del colegio… Podemos mirar las mismas piedras que miraban ellos cuando se sentían atrapados y querían marcharse, cuando todo iba mal y cuando todo iba bien. Podemos aspirar profundo, tomar aire y seguir sentados en el banco un rato más, de espaldas a las gárgolas pero sin perderlas del todo de vista…
Bibliografía
- La casa de las Conchas. Julián Álvarez Villar. La Gaceta Regional. 1997
- “La casa y la vida en la antigua Salamanca”. Ángel Apraiz. Basílica Teresiana. 1 de abril de 1917
- «¿Cuándo comenzó a edificarse la Casa de las Conchas de Salamanca?» Florencio Marcos Rodríguez. Revista de archivos, bibliiotecas y museos. 1 de julio de 1975
- Juana Pimentel y la Casa de las Conchas
- El Adelanto: 7 de marzo de 1908; 30 de noviembre de 1914
- La Ilustración española y americana. 8 de enero de 1885
- ABC de Sevilla
- Caminos de España. Salamanca. Compañía Española de Penicilina. 1962
- Guía de Salamanca. Modesto Falcón. 1868
- Historia de la Ciudad de Salamanca. Bernardo Dorado. 1863
- Historia de Salamanca. Villar y Macías. 1887
- Salamanca y sus alrededores su pasado presente y su futuro. Toribio Andrés. 1944
- El Eco del Tormes: 6 de mayo de 1877
- La esfera. Madrid. 8 de agosto de 1914
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¡Me ha encantado esta entrada! Gracias por este pedacito de Historia tan bien contado.
Un beso
Hola Lidia! Muchas gracias a ti por pasarte por aquí y por comentar. ¡besos!
Residí en Salamanca durante el invierno de 2003, de vuelta a mi país Venezuela, siempre pensé volver como una vez dijera Miguel de Cervantes por la apacibilidad de su morada, y yo agregaría por la bonomía de su gente y la alegría de su juventud. Hoy queriendo escribir un relato lo he ubicado en esa hermosa ciudad de Salamanca y me encuentro en la tarea de recordar su vivencia, su historia, sus monumentos. Debo confesar que una sola cosa no me gustó de Salamanca: el frío, la lluvia, los vientos huracanados. Voy a volver pero en verano. Gracias por este bello relato sobre la Casa de las Conchas que me ha retrotraído a su historia y a su hermosa arquitectura.
Esmeralda muchas gracias por tu comentario. Algo tiene esta ciudad que por muchos huracanes y fríos, al calor de Salamanca crecen historias. Como tu relato. Los de aquí yo creo que estamos tan acostumbrados a los vientos huracanados de todo tipo que se levantan en la ciudad que ni nos fijamos. Gracias por visitar el blog, dedicar tiempo a leer y dejar un comentario. Saludos!