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Un no sé qué mágico hay en la nieve que nos ilusiona cuando cae. Revolotean los copos, se descongela nuestro atolondrado niño interior, y entre la esperanza y la fascinación nos preguntamos: ¿cuajará?

Hace muchos, muchos años la nieve cuajaba en Salamanca.

Las nevadas eran copiosas. La ciudad se cubría de un blanco brillante de medio metro de espesor. Caían sobre la ciudad heladas de diez u once grados bajo cero.

Con semejantes rigores invernales no quedaba más remedio que abrigarse, y hacer literatura y buen humor con el parte meteorológico:

“Hacia España viene con lentitud pero con decisión una ola de frío.
Procede de Alemania (“Made in Germany”) y ayer la disfrutaron los franceses.
Es seca porque viene por tierra firme. No se atreve con el mar y se conforma con helar los estanques, las fuentes y los ríos.
Estamos en las vísperas de una nevada irremediable.
En las oficinas del observatorio meteorológico nos facilitan datos que nos escalofrían:
(…)
—¿Qué diagnóstico del tiempo tienen ustedes?
—Pronóstico grave.

Parque de la Alamedilla de Salamanca cubierto de nieve. Años treinta

Fotografía Almaraz. Parque de la Alamedilla, años treinta

 

El 9 de febrero de 1902 Salamanca vivía:

«Una copiosa nevada como no se recuerda otra hace mucho tiempo (…) La temperatura mínima de la noche ha sido 9 grados bajo cero”.

En 1904, un reportero de El Adelanto describe para la historia los aconteceres de Salamanca bajo la nieve. Llama la atención cómo se filtra en el retrato el inevitable aburrimiento que, como una maldición, persigue a nuestra ciudad provinciana. Esa sensación de que la animación llega siempre a la solemne y vieja Salamanca de la mano de los forasteros… Hay cosas que no cambian y parecen quedar congeladas en el tiempo aunque no caigan ya las heladas de aquellas épocas.

Otras cosas sin embargo se han transformado. La Alamedilla y el Campo san Francisco, que hoy son pleno centro, se citan en el artículo como las afueras de la ciudad. Y es que Salamanca crece, se transforma. Qué más prueba necesitamos que ver cómo la calle María Auxiliadora la hemos alargado y alargado para que llegue a las puertas del Corte Inglés. Pues eso, Salamanca crece…

Así describía el reportero de el Adelanto aquella Salamanca nevada.

Por la mañana desde bien temprano, la gente, el vecindario todo abrió sus balcones, comenzando a arrojar a la calle grandes masas de nieve que casi los habían obstruido por completo.

 

Los comerciantes, las criadas de servicio, las porteras y los porteros hacían lo propio, limpiando los quicios de las puertas y las aceras.

 

El tránsito por éstas se hacía difícil a pesar de los grandes  esfuerzos que los empleados del Municipio por dejar pronto expeditas las de las principales vías de la población.

El día transcurrió triste y la ciudad parecía no dar señales de vida.

 

El aspecto de la población era verdaderamente desolador, pues el comercio y las industrias perdieron mucho en sus intereses a causa de no haber llegado a Salamanca casi ningún forastero de los pueblos de la provincia por el pésimo estado de los caminos, y no salir el vecindario a la calle a hacer sus compras diarias, arreglándose para el día con lo más preciso.

 

Donde ofrecía un bonito aspecto la nieve, era en las afueras de la ciudad, especialmente por el Arrabal del Puente, Campo san Francisco, Alamedilla y Rollo. La Plaza Mayor, cubierta por completo en su superficie, en los balcones, cornisas, árboles, asientos y jardines, también presentaba poético golpe de vista.

 

Apenas si se veía gente por la calle. Los que más y los que menos acurrucados en la mesa del comedor, ante bien encendido brasero, presenciaban a través de los cristales del balcón la nevada, las operaciones de los barrenderos y los accidentes y caídas de los transeúntes, que tanto por lo inesperadas como por lo cómicas, excitaban la risa…

 

(…)

 

La temperatura, aunque no tan fría como la del día anterior, favorecía la coagulación de la nieve habiendo sitios en que ésta tenía más de media vara de espesor

(…)

 

LOS ESTUDIANTES

Algunos profesores no asistieron a las clases y los estudiantes ¡claro está! no entraron a ellas. Alguien nos dijo que la cosa sucedió al revés. Los que faltaron fueron los estudiantes.

¡Eso es ya más probable!

 

BATALLAS CAMPALES

A las doce de la mañana, hora en que los chiquillos salieron de las escuelas, se notó cierto movimiento revolucionario entre los imberbes guerreros, formándose en plazuelas y calles aguerridos batallones, que con gran entusiasmo pelearon arrojándose grandes bolas de nieve a las cabezas.

Algunos terminaron por pegarse de verdad batiéndose cuerpo a cuerpo, y cayendo al suelo envueltos entre la nieve.

Varios transeúntes recibieron las caricias de las bolas de nieve, lanzadas por los chicos en el fragor del combate.

Por la tarde de aquel día sigue nevando y por la noche las bajas temperaturas transforman todo en hielo:

“delante de nuestra redacción tenemos una gran montaña de hielo que a ratos nos hace creer que estamos en el Polo Norte.
El día no presenta mal aspecto y seguramente que nevará… ¡vaya si nevará!

El 14 de noviembre de 1911 nieva con insistencia sobre Salamanca. En medio de la nevada Miguel de Unamuno tropieza con un reportero de El Adelanto:

 “Me he puesto a cavilar sobre la gran nevada que cae (…) He dicho gran nevada, y, ciertamente no es así como se la debe llamar. Don Miguel de Unamuno, con quien acabo de charlar, y a quien acabo de cobijar bajo mi modesto paraguas de a 3,50 me ha dicho:
—Supongo que mañana dirán ustedes que sobre Salamanca cayó ayer una “copiosa” nevada.
—Efectivamente, Don Miguel, mañana diremos que cayó sobre nuestra ciudad una gran nevada…
—¿Cómo “gran” nevada? No, señor. “Copiosa” nevada. Este es el adjetivo que cuadra mejor; es el que deben ustedes usar.
Y como lo ha dicho Don Miguel, maestro a quien yo respeto y en quien yo creo, dejo sentado que fue “copiosa” la nevada.

El 11 de febrero de 1930, Salamanca vive un frío intenso. Cae la nieve sin descanso durante veinticuatro horas seguidas:

Calles y plazas ha habido donde la nieve alcanzó más de medio metro de altura, y el estado de las vías publicas —como el de las ferroviarias—era intransitable.

Si como dice el refrán «año de nieves año de bienes» la nevada del domingo, de las más acreditadas en una docena de años a esta parte, va a ser un prólogo, y de ello nos felicitamos, de una cosecha ubérrima

El río Tormes Helado. Salamanca

Foto Almaraz. Años treinta. Se ha candado el río. El Tormes helado

No sé si en lo que queda de invierno caerá en Salamanca alguna nevada. Mejor si no es tan copiosa como las de antes. Una nevada que envuelva la ciudad en magia y entusiasme a los niños y a los que fuimos niños. Pero por si otro año más la nieve ignora a Salamanca, no deberíamos olvidar lo malo de la magia, de la ilusión y de la nieve: se derriten. Serio peligro de resbalones y caídas. Conviene tenerlo en cuenta.

Aparto la mirada de la pantalla del portátil y la dirijo al balcón. Me levanto, contemplo el cielo muy nublado y pienso:  Aunque se derrita, aunque resbale, aunque pisoteada se transforme en feo barro gris, ¿y si nevara?

*Imagen de cabecera del fotógrafo salmantino Eustaquio Almaraz. 

Documentación

  • El Adelanto Diario de Salamanca: 1 de diciembre de 1904; 14 de noviembre de 1911; 10, de enero,11 de febrero de 1930; 24 de diciembre de 1931; 3, 7, 14, 30 de enero de 1932
  • El Labaro: 9 de febrero de 1902
  • El estudiante. Revista de la juventud escolar española: 1de  mayo 1925

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