Florence Foster Jenkins fue una acaudalada norteamericana que logró —con mucho empeño— pasar a la posteridad como la peor soprano de la historia. Dedicó buena parte de su vida, esfuerzos y recursos a cantar y dar conciertos aunque desafinaba terriblemente
Su vida fue tan asombrosa que sobre Florence se han hecho documentales, películas, obras de teatro, dibujos animados, marionetas, el personaje Bianca Castafiore, la cantante de ópera de las historietas de Tintin, es probable que se inspirase en ella.
La fascinación que la vida de Florence ejerce sobre nosotros tiene mucho que ver con el asombro y la admiración, y sin embargo también con la inquietud que nos invade al mirar su carrera musical, inasequible al desaliento, sí, pero estremecedoramente alejada de los más básicos principios de realidad. De los episodios más desconcertantes de la biografía de Florence Foster Jenkins trata este artículo.
Su historia, a través de películas, biografías y documentales, nos plantea muchas preguntas y todas tienen que ver con la naturaleza humana, a veces maravillosa y a veces aterradoramente cruel. Nos enfrenta también a los límites de la realidad y nos formula una importante pregunta: ¿si tu realidad fuera dolorosa aceptarías en su lugar vivir una bonita mentira?
La película de Stephen Frears, Florence Foster Jenkins, con la siempre maravillosa Meryl Streep interpretando a Florence, sitúa desde el principio al espectador en una posición muy incómoda. La comedia se confunde con el drama, el amor con el interés, la ficción con la locura, el éxito con el fracaso, y el espectador nunca alcanza la seguridad de entender lo que está sucediendo ante sus ojos, ni de saber quién es quien.
La biografía de Florence, que Darryl W Bullock recoge en el libro Florence Foster Jenkins: The Life of the World’s Worst Opera Singer, está envuelta también en esa misma niebla confusa. Al conocer los capítulos de su vida, el lector no sabe bien si reír o llorar, si menospreciar o admirar, si comprender o culpar a esta sorprendente mujer.
Buscando la libertad
Narcisa Florence Foster —éste era su nombre completo— nace en 1868 en una ciudad de Pensilvania y en una familia extremadamente rica. Desde pequeña siente amor por la música. Cursa estudios y destaca enseguida como pianista. En la adolescencia, Florence quiere proseguir su formación musical en Europa. Su padre se lo impide. Le impone lo que el machismo decimonónico imponía a todas las mujeres: concentrar todo su tiempo y esfuerzos en casarse, tener hijos y como mucho tocar el piano en el salón de su futura casa, para su futuro marido, sus futuros niños y sus futuras visitas.
Florence hace lo único que en aquellos tiempos podía hacer una mujer para escapar de la asfixiante autoridad paterna. Buscar rápidamente marido con la esperanza de que fuera más llevadero que el padre.
A los dieciséis años Florence se casa con un treintañero… Sí, todo lo que podía salir mal sale mal.
El flamante marido de Florence es un médico que le permite seguir estudiando música. Sin embargo tiene un terrible defecto. Es infiel.. Al poco tiempo de casarse contagia de sífilis a Florence. Enfermedad que ella jamás superará y le afectará toda la vida.
Florence solicita el divorcio. Ni qué decir tiene que fue muy infeliz en su corta vida de casada. De hecho queda tan traumatizada de su experiencia matrimonial, que no querrá volver a contraer matrimonio jamás. Aunque sí volverá a enamorarse.
Entre apariencias, ficciones y mentiras
Aquella sociedad decimonónica era tan inflexible con las mujeres, que tal vez por eso Florence decide maquillar lo más posible su situación de divorciada. Sigue usando el apellido del marido: Jenkins. Y aunque el matrimonio ya no existe, no conviven y ni siquiera residen en la misma ciudad, los ecos de sociedad en los periódicos cuando hablan de ella siguen presentándola como esposa del doctor Jenkins. Los que han estudiado la vida de Florence afirman que incluso el padre de Florence falleció sin saber que su hija era una divorciada.
¿Sería en este período de su vida cuando la joven Florence aprendió a hacerse pasar por lo que no era? Tal vez…
No sólo disimula durante mucho tiempo su divorcio. También empieza a adornar un poco las peripecias de su rebeldía contra el padre. A Florence le gusta contar que el padre la desheredó por continuar estudios musicales, y que ya divorciada no le quedó más remedio que vivir pobremente de dar clases de piano. Pero la realidad es que los periódicos en esa época hacen de ella descripciones muy alejadas de la pobreza, siempre ataviada con envidiables vestidos y veraneando en los hoteles más lujosos. Una prima de Florence afirmó en una entrevista que el padre jamás la desheredó ni le retiró apoyo financiero.
A Florence le gusta también contar que de niña tocó el piano ante el mismísimo presidente de los estados unidos, Rutherford B. Hayes. Pero de lo único que hay constancia es de que formó parte de un coro de más de cien personas que efectivamente cantaron ante el presidente.
Todo parece indicar que a partir de cierto momento de su vida, Florence tiene tendencia a fantasear, a decorar la realidad. En resumen: Florence es un poco mentirosa.
La importante labor cultural de Florence Foster Jenkins
Cuando fallece su padre hereda una enorme fortuna. A partir de este momento se muda a Nueva York y allí se dedica en cuerpo y alma a participar en multitud de asociaciones femeninas, culturales y benéficas, muchas de ellas relacionadas con la música.
Florence demuestra enseguida que es una talentosa organizadora de eventos. Tiene dinero, contactos y los dedica a organizar conciertos, cenas, a apoyar causas benéficas y a patrocinar a jóvenes talentos musicales. Pronto canaliza su enorme labor cultural a través de su propia asociación. Funda el club Verdi. Es tan popular Florence, conoce a tantísima gente, tantísima gente quiere ser amiga de Florence, que todos quieren participar en aquel club. Se pone de moda entre la gente importante de la sociedad neoyorquina.
En las veladas culturales que organiza, Florence participa a veces haciendo pequeñas representaciones, recreaciones de “cuadros vivos” y también toca el piano. Pero lo cierto es que no toca muy a menudo a pesar de haber estudiado y ser muy talentosa. Algunos dicen que tenía una lesión en un brazo que le impedía tocar profesionalmente como ella hubiera deseado. Unos hablan de un misterioso accidente, que no está documentado, y otros de secuelas de la sífilis. Fuera como fuese Florence no toca mucho el piano pero sigue amando intensamente la música.
El amor de su vida
A los cuarenta y un años Florence conoce al gran amor de su vida: St. Clair Bayfield. Un actor inglés algo más joven que ella —siete años—, que tras conocer a Florence vuela de regreso a Inglaterra para romper con su prometida. En apenas siete meses, Florence y St. Clair reúnen a sus amigos y celebran una fiesta para dar inicio a su vida en pareja. Florence se negará siempre a casarse. Su devoción por St. Clair es tan grande que el actor conservó alrededor de seiscientas cartas de amor de Florence.
St. Clair se hace cargo de las actuaciones de Florence. La ayuda con los vestuarios, escribe pequeñas escenas para ella y sus veladas culturales, y cuando tiene oportunidad también continúa con su carrera de actor, nunca exitosa, y participa en algunas representaciones teatrales fuera de Nueva York, a cuyos estrenos siempre asiste Florence.
La vida es sueño, y los sueños, sueños son
La primera vez que Florence Foster Jenkins canta en público tiene cuarenta y ocho años. Interpreta unas pocas canciones en una velada musical de su club.
A partir de este momento cantará cada vez con más frecuencia, hasta el punto de contratar a un pianista para que la acompañe: Cosmé McMoon, quien en una entrevista, cuando ya Florence había fallecido, confesó:
Creo que ella no podía escuchar su trabajo en el tono adecuado.
Algunos especulan con la posibilidad de que la sífilis y el tratamiento médico que recibió hubiera afectado la audición de Florence. Desafina continuamente y no alcanza muchas notas.
St. Clair apoya sin reservas los sueños musicales de su pareja. Y Florence empieza a vivir muy feliz las peripecias de una soprano. Cada vez participa en más conciertos. Se rodea de una corte de admiradores amigos, miembros de su club Verdi, —financiado por ella— que se deshacen en alabanzas tras cada una de sus interpretaciones.
¿Pero de verdad es posible que Florence no se diera cuenta de que cantaba mal? No se sabe con certeza.
Lo que sí sabemos es que cada vez que Florence cantaba en un teatro, que ella alquilaba, St. Clair y ella controlaban férreamente las entradas. Llegaban incluso a decidir donde se sentaría cada persona. Destinaban los primeros puestos en el patio de butacas a los amigos, los conocidos del club, los que sabían que iban a aplaudir a Florence hasta romperse las manos. En las butacas de la parte de atrás sentaban a aquellos que tal vez no iban a aplaudir tanto. Las reseñas de aquellos actos de sociedad siempre eran amabilísimas con la voluntariosa cantante. A los conciertos sólo accedían periodistas amigos de Florence y St. Clair…
Los éxitos de Florence eran por tanto un poquito forzados, llenando sus conciertos de conocidos, de amigos y hasta de reseñas falsas. Seguramente en aquellos tiempos —como en estos nuestros— era determinante disponer de recursos, contactos y una apariencia de éxito para triunfar. Parece que hinchar el número de seguidores y maquillar con filtros la realidad no es cosa solo de nuestros tiempos y nuestras redes sociales…
El público de Florence
La nueva soprano disponía de recursos, amigos, buenos contactos y dinero. Y empieza a hacerse muy popular. Además es “divertido” ir a escucharla, darse codazos con el compañero de butaca y en los momentos de más risa prorrumpir en grandes ovaciones para disimular las carcajadas… Nos lo cuenta Cosmé McMoon, el pianista de Florence:
El público desarrolló una convención según la cual, siempre que llegaba a una discordancia especialmente insoportable o algo por el estilo, donde tenían que reír, estallaban en aplausos y silbidos y el ruido era tan grande que podían reírse a gusto.
¿Pero y Florence? ¿Se reía también? ¿Se divertía con su público?
La odisea de Florence ha sido muy romantizada con el transcurso de los años. Algunos dicen que Florence persiguió su sueño, luchó contra todos los inconvenientes, cantó sin desaliento y por eso es un ejemplo de perseverancia para todos. Los que dicen esto también defienden que sus notas desafinadas regalaron alegría a la gente, y que por esa alegría que repartió el público la quiso tanto…
¿Alegría?… Vuelvo a plantear la misma pregunta de hace dos párrafos: ¿Pero y Florence? ¿Se reía ella con su público? ¿Participaba ella del jolgorio general?
Recordemos que muchos sostienen que Florence no oía bien. Se especula incluso que cuando ella miraba a su público no escuchaba las carcajadas y pensaba que simplemente disfrutaban de la actuación.
Su pianista lo explica así:
En esa época Frank Sinatra había empezado a cantar y los adolescentes solían desmayarse y gritar, así que ella pensaba que estaba produciendo el mismo tipo de efecto.
Romantizaciones aparte, la “diversión” de asistir a un concierto de Florence Foster Jenkins, según lo describía su pianista, consistía en reírse de Florence sin que Florence se diera cuenta. Aquella diversión no era otra cosa que el perverso disfrute de presenciar, y hasta infligir humillación en un ser humano.
¿Pero cómo es posible que Florence no se diera cuenta? ¿Cómo puede ser que ni siquiera intuyera que no cantaba bien? ¿Se autoengañó? ¿o la engañaron todos: su amado St. Clair, Cosmé el pianista, sus muchos aduladores amigos…?
Ha nacido una estrella
Fuera como fuese el entusiasmo de Florence la lleva hasta un estudio de grabación. Con dinero más que de sobra para pagar el estudio y la producción, Florence hace realidad su ilusión de grabar un disco. Muy emocionada lo reparte personalmente entre todos sus amigos.
Las grabaciones se hacen muy, muy populares. Parece que a demasiada gente le “divertía” muchísimo escucharla cantar desafinando sin desaliento…
Tantas personas quieren “disfrutar” los discos de Florence, que al hedor del negocio le llueven propuestas a la soprano de moda. Grabar más discos, estos ya financiados por la discográfica, y la asombrosa oferta de dar un concierto nada más y nada menos que en el Carnegie Hall… ¿Qué podía salir mal?
Hay una reveladora anécdota en la vida de Florence. Cuando organizaba veladas con los amigos solía poner alguno de sus discos y a continuación el disco de otra soprano de la época cantando la misma canción que ella. Después pedía a los asistentes que votaran cual de las dos grabaciones les había gustado más. Todos por supuesto preferían a Florence. En alguna ocasión, cuando alguno de sus amigos se decidía por fin a ser de verdad un buen amigo y decía la verdad, Florence se enfadaba terriblemente…
Tal vez Florence en lo más profundo de sí misma dudaba de que lo que estaba viviendo fuera real, y por eso pedía constante confirmación a sus conocidos y entorno más cercano. Una confirmación que siempre obtenía, siendo como era una mujer adinerada de la que dependían económicamente tantos actos culturales, tantos favores a amigos y hasta su misma pareja…
Érase una vez un concierto en el Carnegie Hall
St. Clair a estas alturas de la historia ya tiene una amante desde hace más de doce años, Katheleen Weatherly, quien en alguna entrevista llegó a decir que Florence estaba al tanto de su relación con St. Clair. Pero lo cierto es que también confesó que un día que Florence se presentó de improviso en el estudio de St. Clair, este obligó a Kathleen a esconderse en un armario…
Florence Foster Jenkins con el apoyo moral de su pareja infiel, sus aduladores amigos y la popularidad, cada vez más creciente, entre un público divertidísimo por su voz desafinada, se arma de valor y con 76 años está dispuesta a afrontar el concierto masivo en el Carnegie Hall. Se fija la fecha: veinticinco de octubre de 1944.
La Imparable popularidad de la soprano desafinada se ha disparado tanto que el teatro está lleno de famosos. Nadie se lo quiere perder. Las entradas se han agotado. Hay reventa. Unos días antes ha cantado Frank Sinatra en la misma sala y ha congregado menos público que Florence…
Se levanta el telón y Florence empieza a cantar.
El público se lo pasa fenomenal. Florence no tanto. Varias reseñas de prensa señalaron que en algunos momentos la cantante no parecía encontrarse bien y se apoyaba en el piano para no perder el equilibrio.
Los periodistas que asistieron al concierto ya no son sólo los amigos de Florence y al día siguiente se publican reseñas muy críticas con el espectáculo, pero también con los espectadores.
El New York Post:
La sola aparición de la cantante provocó una prolongada oleada de risitas. Llevaba un vestido de color melocotón pálido que era una auténtica obra maestra. En su pecho, en el cuello y en los dedos brillaban relucientes gemas, pero la sensación que transmitía su atuendo era la de un inmenso abanico de plumas anaranjadas y blancas. Lo agitó. Y luego cantó, o lo que sea.
El New York Times:
Una de las bromas masivas más extrañas que Nueva York haya visto jamás.
Los Ángeles Times
La exhibición de vanidad más patética que jamás haya visto. Cuando disfrazada empezó a cantar música folclórica, me fui. Había algo indecente y bárbaro en este negocio.
St. Clair acostumbraba a llevar un diario. Algunos de estos diarios se conservan en la Biblioteca pública de Nueva York. El día de la actuación de Florence en el Carnegie Hall escribe:
El recital un gran éxito.
La diversión “indecente y bárbara” que se disfrutó aquella noche en el Carnegie Hall mató a Florence. Cinco días después del concierto sufre un ataque al corazón. Los médicos la obligan a hacer reposo estricto en la cama. Un mes escaso más tarde Narcisa Florence Foster fallece.
St. Clair ese día escribe en su diario:
Después de 36 años de felicidad en el amor, B* me abandona… El cielo lloró lágrimas.
*B es la inicial del apelativo cariñoso que St. Clair le puso a Florence: Bunny.
Diez años más tarde, en una entrevista, St. Clair afirmó que él se opuso a aquel concierto. Y cuenta un poco de lo que sucedió inmediatamente después:
Cuando volvimos a casa, Florence estaba molesta y cuando leyó las críticas, destrozada. No lo sabía…
No lo sabía. Florence Foster Jenkins no sabía que cantaba mal.
Qué miedo da este no saber de Florence. Porque el arte no es una ciencia exacta. En arte es difícil llegar a demostrar que algo es objetivamente bueno. Al final, que una obra artística impacte y tenga valor depende en gran medida de la subjetividad de quien la recibe.
¿Puede un artista llegar a estar seguro alguna vez de que lo que hace es realmente bueno? ¿Es un error creer demasiado en uno mismo? Para Florence sí lo fue. Que Florence Foster Jenkins no supiera que era una mala soprano es un aviso a navegantes, un sopapo a la egolatría de cualquier artista. La historia de Florence supera a la ficción y termina con la misma moraleja de aquel cuento de Hans Christian Andersen, cuando el niño grita: “¡el rey va desnudo!”. Un aviso a los artistas —pero también a todos— contra la falsedad de los elogios, contra la vanidad. Tal vez no sea nada malo dejar que, de vez en cuando, nos angustie un poco a todos el síndrome del impostor. Dudar de lo que sea, hasta de uno mismo, tal vez sea el mejor camino hacia la verdad…
Morir, dormir… tal vez soñar
En 1944 la peor soprano del mundo, sin saber que lo era, pasa a la posteridad. Y tras su fallecimiento se desata la guerra por la herencia de Florence.
En vida, Florence no se fiaba mucho de los notarios y llevaba su testamento con ella en una bolsa. Tras su muerte, el testamento desaparece. Se busca hasta la desesperación, pero sin éxito. ¿Quién lo hizo desaparecer? ¿Cuándo? Nadie lo sabe.
Los primos de Florence se frotan las manos y St. Clair, que ve como su herencia va a pasar de largo, se une a Cosmé McMoon, el pianista de Florence, al que también habría prometido dejarle algo en herencia, e inician una demanda común para solicitar la búsqueda del testamento.
En su batalla legal contra los primos de Florence, St. Clair consigue llevar algunos testigos que declaran haber oído como Florence quería que él heredara su fortuna. Como prueba documental St. Clair aporta las más de seiscientas cartas de amor que Florence le escribió, y que seguramente su autora jamás imaginó que terminarían sobre la mesa de un juez…
St. Clair logra llegar a un acuerdo con los primos y termina heredando bastantes miles de dólares. Aunque no tanto como para no tener que empezar a llevar una vida menos lujosa.
Dos años después de la muerte de Florence, St. Clair se casa con Kathleen, la amante, que le fue infiel bastantes veces en la vejez del actor.
Un salto de fe
Nunca sabremos del todo si Florence Foster Jenkins se autoengañó para vivir un sueño o si de verdad escuchaba tan mal y se fiaba tanto de los halagos, que entre todos la engañaron y se sintió una soprano excelente.
Lo que sí sabemos es que el enfrentamiento entre los sueños y la realidad es inevitable y del combate casi ningún sueño sale vencedor.
La historia de Florence Foster Jenkins, la jovencita que desde su divorcio empieza adornando la realidad y termina viviendo una mentira, nos enfrenta a la disyuntiva de asumir la realidad sea cual sea o cerrar los ojos.
Nos fascina la vida de Florence porque nunca se rindió. Es una mujer inspiradora porque la edad jamás le impidió afrontar nuevos desafíos, cada vez más complicados, ni le sirvió tampoco de excusa para dejar de luchar por su sueño.
Hay muchos artículos que nos ponen a Florence como ejemplo de resiliencia, de lucha incesante por un sueño, de independencia en cuanto a la opinión de los demás. Todos ellos citan unas palabras que los que conocieron a Florence le atribuyen:
Podrán decir que no podía cantar pero no podrán decir que no canté.
No niego que pueda ser ésta una bonita interpretación de su vida. Sin embargo yo veo más a Florence como un ejemplo de fe en la humanidad.
Lo más maravilloso que tiene el ser humano es la fe en sus semejantes. La confianza. Sólo se llevan a cabo proyectos importantes cuando las personas confían unas en otras. Sin colaboración el ser humano está perdido. Pienso que Florence Foster Jenkins confiaba en la gente de su alrededor. Lo merecieran o no, ella confiaba en sus palabras, en sus opiniones, en sus halagos. Confiaba también en su público, del que ella pensaba que iban a verla para disfrutar de la música como la disfrutaba ella mientras cantaba.
Si hay que poner a Florence Foster Jenkins de inspiración, que sea también por su fe en la bondad de las personas, por su incapacidad para desconfiar. Otro tema es cómo el mundo le respondió.
Algunos diréis que Florence fue terriblemente ingenua. Pero lo terrible de la historia de Florence no está en ella sino en los demás, en los que la rodearon. Creo que Florence sólo fue una buena persona, con sus defectos —como los tenemos todos—, su enorme vanidad y un exceso de dinero, pero una buena persona que decidió dar un salto de fe y creer contra las evidencias en la bondad de los desconocidos.
Bibliografía
- Florence Foster Jenkins. The Life of the World’s Worst Opera Singer. Darryl W. Bullock 2016
- Florence Foster Jenkins: A World Of Her Own, Documental. Disponible en YouTube
¡No te pierdas esto!
- The Florence Foster Jenkins Scrapbook. Interesante artículo que describe el álbum de recortes de Florence. No lo hizo Florence. Es posterior a su muerte. Apareció entre los papeles de St. Clair. Si lo visitas verás más fotos de Florence y además la única fotografía que existe del público que presenció el concierto en el Carnegie Hall.
- Filmación recuperada de Florence Foster Jenkins. Disponible en YouTube
- Discografía de Florence. Disponible en YouTube
Si has llegado hasta aquí, mil gracias por este tiempo de lectura 💜 Estoy segura de que al llegar a estas líneas ya eres, como yo, un poco amig@ de Florence. ¿Qué opinas de nuestra amiga? ¿Se autoengañó? ¿la engañaron? ¿La comprendes o la culpas? Cuéntamelo en comentarios. ¡Gracias!
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Muy interesante el artículo. Me quedo sobre todo con la reflexión sobre que un artista raramente puede llegar a saber si su arte es bueno o no (sea lo que sea lo que eso signifique).
Mi campo artístico preferido es la literatura, y conozco a unos cuantos autores. No me cabe duda de que muchos de ellos creen hacer lo mejor pero siempre tienen dudas sobre su obra. Eso puede estar detrás del uso de pseudónimos a la hora de publicar obras de muchos escritores consagrados.
Confieso también que yo no puedo ir a ver a alguien y disfrutar riéndome de él. Lamento profundamente cuando a un mago se le ve el truco, un deportista comete un error o un cantante desafina. No disfruto de ello, y me parece un placer mezquino.
Enhorabuena por el blog :).
De acuerdo contigo en todo, Carlos. Para mí también mi campo de expresión preferido es la literatura, y la verdad es que mientras escribo nunca llego a estar segura de si lo que estoy haciendo merece la pena o estoy haciendo el canelo ante la pantalla del ordenador. Pero tal vez esa incertidumbre no sea mala del todo, porque quizá nos obliga a esforzarnos cada vez más, no sé…
Totalmente de acuerdo con lo que dices del mago que se le ve el truco 🙁 Yo creo que ese fenómeno colectivo de dos mil personas riéndose de Florence tiene mucho que ver con el fenómeno que alimenta el bullying en los colegios: la mayoría de la clase riendo las crueldades del matón. Se puso de moda reírse de Florence, es muy triste.
Creo que Florence tiene también algo muy grande y es que nunca tuvo miedo. El valor de afrontar desafíos grandísimos a una edad madura. Por ejemplo el concierto en el Carnegie Hall con más de setenta años. Pero no sólo eso. Para hacer cosas, para salir a cantar, para exponerse a la opinión de los demás hace falta valor, y Florence Foster Jenkins tuvo ese valor. El miedo no le impidió luchar por su sueño. Ese es otro de los mensajes alentadores que nos deja la vida de Florence. Intentar tus sueños a pesar de todo, a pesar de este mundo quién sabe si lleno de personas a las que tal vez les divierta verte fracasar. Florence nos diría, ¡Adelante! ¡Qué importa esa gente!
Mil gracias por leer, Carlos, por compartir con todos nosotros tu visión. ¡Eres muy amable! Un saludo 😊