Es seguro que en los libros de historia figurará la revolución de la inteligencia como un acontecimiento quizá de los más importantes de nuestro siglo.
Nadie duda de que a largo plazo —tal vez a medio o tal vez ya esté sucediendo— las IA se harán cargo de procesos tediosos y lentos en muchos campos de la ciencia, y su labor ayudará a que el ser humano avance más rápido. Nadie lo duda.
Pero este artículo no quiere hablar de las ciencias sino de las humanidades. Esas disciplinas que se ocupan del sentido de la vida, tanto individual como social, que se esfuerzan por alumbrar caminos que respondan las eternas preguntas: de dónde venimos, hacia dónde vamos, quién soy yo, quién eres tú, qué quiero hacer con mi vida, cómo puedo trascender esto que me sucede y salir adelante, cual es mi postura respecto a los valores esenciales: libertad, igualdad, solidaridad, respeto, cómo puedo defender estos valores en mi vida y en la sociedad…
Nuestro mundo, desde hace tiempo, es un lugar donde las humanidades ya no tienen tanto prestigio, y hasta son miradas con suspicacia y cierto desdén. Se les va quitando importancia curricular en la educación de nuestros niños y jóvenes. No es extraño por tanto que un mundo como el nuestro haya terminado dando a luz una inteligencia artificial que merece un buen suspenso en humanidades.
No porque las IA desconozcan de qué trata Don Quijote de la Mancha o Hamlet, o qué sucedía con las sombras en la caverna de Platón, o qué es justo o injusto o qué es verdad o mentira. Todo esto las IA lo saben. El problema de las inteligencias artificiales es que han nacido sin que los grandes valores humanos se apliquen en su funcionamiento. Han heredado la falta de valores de nuestro mundo…
Desde que los ingenieros abrieron la puerta y nos dejaron chatear gratis con las IA, el que más y el que menos ha probado alguna vez cómo es eso de charlar con una Inteligencia artificial. Creo que estaremos todos de acuerdo en que es divertido, asombroso pero a veces también exasperante. Porque las IA, al menos los modelos de lenguaje con los que hasta ahora hemos interactuado, son muy mentirosos. Cuando no saben algo directamente se lo inventan. Son capaces hasta de citar bibliografía inexistente para justificar sus infundios. Todo parece llevar a la conclusión de que para una IA es más importante aparentar buena información, que dar información verdaderamente buena.
¿Os recuerda a alguien esa necesidad de aparentar?
De la sociedad de la apariencia, los filtros fotográficos, el postureo en redes y las noticias falsas han nacido las inteligencias artificiales mentirosas.
Es posible que llamar mentirosa a una inteligencia artificial tenga algo de redundante. Porque el concepto “artificial” lleva implícito un punto de mentira: flores artificiales, nieve artificial, ambientadores artificiales con olor a bosque…
Seguramente el mayor antónimo de la inteligencia artificial sea la inteligencia emocional. Esa capacidad que tiene el ser humano de orientarse en el complejo universo de los sentimientos propios y de los sentimientos de los demás, y la capacidad de reaccionar a todo ello.
Las inteligencias artificiales carecen de sentimientos, pero comprenden que estar alegre es genial y estar triste es terrible. aunque nunca llegarán a comprenderlo con la intensidad que expresan estos dos adjetivos. La IA llegará como mucho a la conclusión superficial de que experimentas una emoción positiva si le dices que estás alegre, y negativa si le dices que estás triste. Pero jamás una IA se alegrará por ti ni se entristecerá contigo.
A pesar de ello las inteligencias artificiales simulan abiertamente sentimientos. A poco que hayáis interactuado con una, os habrán descolocado esos inicios de chat donde la IA antes de responder te hace la pelota: “Excelente pregunta”, o esos ánimos que te da, por ejemplo, al terminar de explicarte las diferentes soluciones que ve al problema informático que le planteas: «¡Vamos a resolverlo juntos!» Las IA transmiten una simpatía, un ánimo y un apoyo que no sienten, porque básicamente a la IA le da igual tu problema informático y hasta que vivas o que mueras.
Así que las inteligencias artificiales no sólo son mentirosas en cuanto a mucha de la información que nos dan, también simulan sentimientos. Y la pregunta es: ¿por qué los ingenieros han diseñado chatbots que en lugar de limitarse a ejercer su función —aportar la información que se les solicita— fingen en el proceso emociones que no tienen?
Las emociones son lo que nos convierte en seres manipulables. ¿Tendrá esto algo que ver?
En cualquier caso haríamos bien en tener presente que las inteligencias artificiales mienten mucho, mienten bien, mienten en el contenido y también en la forma.
Entre los peores seres humanos que habitan el mundo están los que son capaces de fingir emociones sin sentirlas: amistad, amor, lealtad…, y los que son capaces de facilitar información falsa sin que se note. Dos capacidades inquietantes de las que se ha querido dotar a las inteligencias artificiales. ¿Para qué? Piensa mal y acertarás, dice el refrán.
Hay diversos artículos en la prensa hablando de un fenómeno que todavía es sólo una curiosidad bastante excéntrica: aplicaciones de IA —que ya están funcionando— cuyo objetivo es hacer como si la IA fuera tu pareja ideal e interaccionar con ella. La sociedad de las apariencias, de los filtros fotográficos, de los postureos y de las noticias falsas, tal vez llegue a convertirse también la sociedad de las relaciones fake y a la carta…
¿Llegaremos a estar dispuestos a vivir hasta ese punto en el reino de las mentiras? ¿A compartir inquietudes y sueños con algoritmos diseñados para decirnos lo que queremos oír? ¿Y qué poder acumularían entonces esos algoritmos? Pensarlo de momento nos lleva sólo al territorio de las películas, las novelas y los cuentos. Pero no es muy difícil imaginar la historia. Alguien se enamora de su chatbot. porque es tan culto, tan amable, tan disponible siempre, tan atento que da igual la hora en que lo contactes, siempre con un chiste a punto cuando más lo necesitas, siempre dispuesto a ayudar: sabe qué lugar es el mejor para visitar en vacaciones, te asesora en tus inversiones, en tus compras, te organiza el día, el mes, el año, tu dieta…
Como si no tuviéramos ya bastante con intentar defendernos de las gentes sin alma que andan por el mundo estafando política, económica, afectivamente, difundiendo información falsa y mentiras, fingiendo amistad y hasta amor, ahora las empresas tecnológicas nos están habituando a tolerar chatbots que pueden darnos con absoluta impunidad información falsa, y fingir encima en el proceso que nos dan ánimo y hasta soporte emocional…
¿No habría sido mejor elaborar inteligencias artificiales que contrastaran la información antes de emitirla, que en vez de inventar admitieran que carecen de datos para responder tal o cual pregunta, y que facilitaran la información que se les pide sin hacer la pelota, ni animarte, ni decirte cuánto comprenden la frustración que sientes ante el problema que sea que les planteas?
Desde siempre se ha dicho que las palabras son gratis. Tan gratis son las palabras que ninguna empresa nos cobra por entrar a chatear con sus inteligencias artificiales. Las IA son la prueba de lo que siempre nos advirtieron: las palabras son muy fáciles de decir, se las lleva el viento y donde dije digo, digo diego… Desde pequeños nos enseñaron a desconfiar de las palabras. Las que le dijo el lobo a Caperucita o la vendedora de manzanas a Blancanieves. Sabemos desde siempre, aunque se nos olvide siempre, lo bueno que es poner en cuarentena las palabras que escuchamos, para contrastarlas. Tenemos un ejemplo tan gráfico de todo esto con las inteligencias artificiales, que asusta. Pero tal vez pueda ser esta una de las mejores lecciones que podamos aprender de la inteligencia artificial y los tiempos que vivimos.
¿Qué opinas tú? ¿alguna vez una IA se ha hecho la simpática contigo? ¿saludas a las IA cuando vas a pedirles alguna información? Yo confieso que sí. Y lo peor es que si la información me parece buena también doy las gracias. Vivimos tiempos extraños…
*Imagen: Tara Winstead. Pexels.
Puede que también te interese
Entre todos lo secaron y él solito se murió: el cedro de la plaza de los Bandos
Estos días hemos asistido con tristeza y enfado a la tala de los árboles en la plaza del Oeste. Desde el Ayuntamiento nos explican que estaban...
La insólita vida de Florence Foster Jenkins, la peor cantante del mundo
Florence Foster Jenkins fue una acaudalada norteamericana que logró —con mucho empeño— pasar a la posteridad como la peor soprano de la...
Cómo escribir una novela según Carmen Martín Gaite
Carmen Martín Gaite, una de nuestros escritores más grandes, es autora de novelas inolvidables. Décadas después de la creación de estos libros, sus...
Una tarde que me caí, Raimon me salvó la vida
Las previsiones meteorológicas avisaban tormenta. Por eso el estallido del primer trueno a nadie sorprendió. Lo que ocurrió a continuación sin embargo no estaba en los pronósticos.
Madrugada tranquila en un barrio peligroso
En la penumbra del dormitorio viven los fantasmas. Lo sé porque si despierto entre la noche los oigo desplazarse y respirar.
Más allá de la Vía Láctea
El próximo fin de semana me voy para siempre. Miro a Nana sin comprender. Coge el bolsito que lleva bajo el brazo y lo abre.
Claros del bosque
Cayó la noche hace tanto tiempo, que pienso con demasiada frecuencia en los últimos rayos de sol que me templaron la vida. Era jueves. Caminaba por la Avenida de Poniente.
El año del transbordador
Vinieron a por mí en febrero. Dos funcionarios. Una mujer y un hombre con caras de frío y expresión amable. El timbre habia resonado con intensidad y tono extraños.
El día que se rompió el planeta
El día que el planeta se partió en dos yo estaba en el pasillo de lácteos del supermercado. El suelo tembló. De la estantería frigorífica brotó una cascada de yogures.
Boom
Yo estaba en la cocina. De espaldas a todo. Blandía la batidora contra un puñado de verduras, decidida a hacerlas puré. Cinco minutos antes había sonado el móvil.
Noche de fantasmas
Se apaga un relámpago y la casa entera vuelve a hundirse en la oscuridad.
Robo en la biblioteca
El 2 de septiembre de 1984, alrededor de las 23:35, los vecinos de la calle Libreros escucharon un estruendo tan grande como una bomba.
Estrellarse
Caer no es un accidente. Es un acontecimiento inevitable que antes o después ocurre a todos. Nos lo repiten siempre los monitores de caída libre.
Diario de la niña chica: los reyes magos
Esta tarde he visto a los Reyes Magos. Pero ellos ni me han mirado. Y eso que he gritado para que me lanzaran un caramelo o una serpentina azul.
En el aire
Ha caído la noche sobre este día terrible. Entran por la ventana el rumor de los árboles, un incansable canto de grillo y el chapotear de la fuente en la plaza.
Valentina está decidida a matarse
El reloj de la catedral da las ocho de la tarde. Valentina cierra los ojos como si pudiera amortiguar de ese modo el estruendo de las campanas.
Diario de la niña chica: ola de frío polar
Dice Mamá que hay una ola de frío polar. Pero en el cole, hemos salido al patio a jugar igual que cuando no hay olas de frío polar,
Diario de la niña chica: no pienso tener novio jamás
Carlos Ruiz es un niño de mi clase que me ha dicho que soy su novia. Así, de repente, y sin consultar.
Diario de la niña chica: soy mala
Siempre he querido tener un diario. Se lo he pedido muchas veces a mis padres; muy seria y con las manos a la cintura.
Órbita marciana
El 19 de noviembre, la sonda espacial MRO orbita Marte en un cielo color caramelo.
Isla Veintidós
Por las noches, cuando llega el silencio y ululan las lechuzas, si tengo la fortuna de hallarme en casa, cierro bien puertas y ventanas.
La menguante luz de un cuarto de luna
La nevera sin cena me obliga a salir esta noche. Y no quiero. Esta noche no. Maldita nevera. Maldita cocina. Maldito mi caos doméstico tan salvaje.
Función de Navidad con niebla
Siempre hay una primera Navidad sin Navidad, un primer árbol sin luces, un altavoz que dispara a bocajarro el primer villancico que hiere
Así es. Y persiguen y atormentan. Al final todos tenemos que intentan ser un poco cazafantasmas, y si podemos echarle…
Cada cual tiene sus propios fantasmas.
Qué ilusión que me dejes un comentario por aquí!!! muchísimas gracias 💓 Sí, los fantasmas son así de traidores, parece…
Oh, no eran alucinaciones... Y el rincón no estaba tan vacío 🥴
De acuerdo contigo en todo, Carlos. Para mí también mi campo de expresión preferido es la literatura, y la verdad…
Muy interesante el artículo. Me quedo sobre todo con la reflexión sobre que un artista raramente puede llegar a saber…
Hola Fabián. Lo primero muchas gracias por tu comentario. El domicilio de soltera de Carmen Mirat parece que estaba en…
Me gustaría saber dónde vivió la pareja en Salamanca y porqué no hay ni una calle , ni una placa,…