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Desde que Carmen Laforet termina de escribir Nada (1945) hasta que pone el punto final a su segunda novela La isla y los demonios (1952) transcurren nada menos que siete años. Demasiado tiempo para no pensar que Laforet se enfrenta en ese largo periodo a tormentas literarias y temporales de vientos en contra que no le permiten avanzar.

Tormentas Literarias

Además de casarse, tener niños y verse obligada a afrontar las furibundas miradas del sistema establecido, que exige mucho más de la maternidad que de la paternidad, Laforet tiene que enfrentarse a las inmensas expectativas que ha creado su maravilla Nada.

De la siguiente novela de Carmen Laforet la España lectora esperaba nada menos que una segunda Andrea —protagonista de Nada— pero con vivienda habitual en Madrid, que sacara a la luz las oscuridades y miserias de la capital del país del mismo modo que la autora había hecho con Barcelona. El primero que pidió esto a Laforet fue nada menos que Juan Ramón Jiménez:

Bueno, Carmen Laforet: A ver cómo coge usted ese difícil Madrid “en otra novela sin asunto”

El poeta lanzaba este desafío a la novelista en una carta publicada en la revista ínsula, en 1948. Y tras él, una riada de críticos parecían esperar lo mismo…

La presión mediática y las expectativas de la crítica a la fuerza afectan a la escritora. En 1949 Laforet dice estar trabajando en una novela que coincide exactamente con lo que se espera de ella.

—¿De qué trata?
—De lo que puede ver, oír sentir, vivir y amar un estudiante en Madrid en este año de gracia.
—(…) Pero anticípanos algo, cuéntanos su argumento, su plan, su tesis.
—Mis relatos no tienen tesis, ni plan, ni argumento. Reflejan la vida. En este caso la vida que rodea a un estudiante.

En esa misma entrevista Laforet afirma que ha destruido el primer borrador de La Isla y los demonios:

—No veía esa novela tuya sobre Canarias que me dijiste ibas a escribir…
—¡Ya la escribí! —me interrumpe Carmen —. Lo que pasa es que la rompí.

La novela del estudiante madrileño —trasunto masculino de Andrea— y sus vicisitudes en Madrid nunca llegará a publicarse, pero Laforet debía de tenerla casi terminada porque en la entrevista citada sobre estas líneas, fechada en junio de 1949, afirma que se va a publicar en otoño. Esta novela cuya acción discurría en Madrid, la novela que todo el mundo esperaba de Laforet, debió de ser destruida por su autora sin contemplaciones y Laforet regresa a su primitivo proyecto, el que había hecho pedazos, su novela sobre Canarias La Isla y los demonios. que según afirma la periodista —y amiga de la escritora— Josefina Carabias tuvo hasta tres redacciones distintas.

Todo esto da testimonio de las zozobras de una escritora de la que se esperaba muchísimo. Laforet escribe, rompe, reescribe, se debate entre la novela de Madrid y la novela de Canarias. Se debate entre escribir sometida a las exigencias de crítica y público o escribir libre lo que ella necesita contarse y contar.

La Isla y los demonios no es de ninguna manera la segunda novela que el mundo esperaba de Laforet. Tal vez éste es uno de los motivos por los que en el momento en que se publica no tiene la acogida mediática que disfrutó Nada.

La isla y los demonios, novela revolucionaria

Carmen Laforet domina el arte de contarnos las oscuridades de la vida mientras permite que nos deslumbre el sol de las islas. La guerra civil apenas roza la novela. Es un eco de fondo que no logra conmover a la protagonista, envuelta en el inevitable y juvenil hedonismo de la luz del sol que atraviesa los eucaliptos, la frescura de la espuma del mar, el deslumbramiento de un pintor sensible y la bella boca de un soldado. Esta reducción de la guerra civil a simple mención que ni siquiera es telón de fondo de la novela, debió de molestar mucho a los que habían leído Nada en clave fundamentalmente política, y esperaban poder hacer lo mismo con la siguiente novela de Laforet. Y sin embargo La Isla y los demonios sin apenas mencionar la guerra civil tiene, como veremos, una lectura política muy revolucionaria para un libro publicado en plena dictadura franquista.

Portada La isla y los demonios. Ebook

La isla y los demonios narra el despertar de una niña a la vida adulta. Ese mundo lleno de convenciones represivas, hipocresía, machismo. El mundo donde los sueños no se hacen realidad y las personas nunca son lo que aparentan. La protagonista, Marta Camino, no se limita a ser testigo perplejo —como lo es Andrea en Nada— de los comportamientos miserables que la rodean, si no que los desenmascara, los condena y hasta los protagoniza, porque Marta también se ve arrastrada por los demonios.

En este viaje de la infancia a la vida adulta Marta Camino no está dispuesta a aceptar las esclavitudes que le imponen. Al contrario que sus amigas, ella no acepta, las limitaciones que la sociedad establece para las mujeres. Marta quiere tener la misma libertad que los hombres. Quiere moverse y decidir como se mueven y deciden los hombres.

«¡Que difícil es todo! —pensó Marta—. Hay seres que salen y se mueven sin consultar con nadie estos movimientos. Si yo fuera un muchacho, a nadie le extrañaría que yo saliese por las mañanas. No importaría que me alistase en la Legión si me diera la gana.

El feminismo de Carmen Laforet en esta novela es tan acentuado que a la fuerza tuvo que agitar muchas conciencias en aquellos años de dictatorial machismo. La protagonista se rebela contra la prohibición de realizar estudios superiores, contra la certeza de que su papel en la vida no va a ser otro que el de cuidadora de su madre enferma. No está dispuesta a permitir que un hermano y luego un marido sean los que tomen las decisiones en su vida.

—(…) nos casaremos en seguida… Después seré yo el que tenga que decir la última palabra en tus asuntos. (…)
—Yo no hago las cosas así… Adiós.

Marta Camino no es un personaje testigo, como Andrea, Marta es protagonista. Protagoniza la novela y protagoniza también su vida, porque las decisiones que le atañen las va a tomar ella y nadie más que ella.

La isla y los demonios es una novela tan feminista que Laforet crea a esa maravillosa Matilde para lanzar un torpedo contra la cultura machista que educa a las mujeres para gustar a los hombres:

Ella tenía un tipo refinado, de intelectual nata; un desparpajo natural, una autoridad que encubría cierta timidez muy oculta. A los veintisiete años Matilde no había tenido un solo pretendiente a sus encantos. Muy allá dentro sabía ella que esto no le hubiera importado lo más mínimo si no existiera esa manía, inculcada desde la cuna en las mujeres, de que han nacido para gustar a los hombres, y que si no su vida puede considerarse un puro fracaso.

También Marta se rebela contra esa negrura de vida que se impone a las mujeres:

Algunos días Pablo no era simpático, sino abrumador. Daba negros consejos sobre lo que las mujeres deben hacer para que los hombres puedan vivir a gusto. Las mujeres deben estar metidas en casa, sonreirles a ellos en todo, no estorbar para nada, no manchar jamás su pureza, no producir inquietudes.

La Majorera, otro de los inolvidables personajes de esta novela, además de hacer una dura crítica al clasismo endémico de aquella sociedad —y de la actual, en realidad— denuncia la violencia machista y el feminicidio.

Las mujeres solas se las arreglan mejor para sacar adelante a las criaturas, aunque sea pidiendo por los caminos. Ya no hay en la casa quien dé palizas, ni quien vuelva a castigar el vientre con otro hijo…

Hasta el acoso callejero denuncia Laforet en su novela:

Era muy difícil abrirse paso entre tanto alboroto. Marta tenía mucha angustia, se libraba difícilmente de las voces, de los empujones, de los piropos aburridos y sucios de los hombres.

La Isla y los demonios es así de feminista porque es una historia sobre la libertad, sobre la importancia de ser libre en un mundo que quiere esclavizarnos a todos, sí, pero en mayor medida a las mujeres.

La desmitificación del amor romántico que ya había emprendido la escritora en Nada, continúa en La Isla y los demonios. La historia nos va mostrando un catálogo de relaciones de pareja presididas por el interés económico, la dominación y el consecuente sometimiento, la sumisión y pérdida de la dignidad personal, la desintegración en definitiva del individuo, simbolizadas en la incapacidad creativa — el pintor que ya no puede pintar— o en la demencia de la madre de la protagonista que se ha perdido completamente a sí misma.

El amor y la soledad

Los aprendizajes fundamentales que realiza la protagonista de la novela se refieren al amor y a la soledad. Marta descubrirá que el amor es peligroso porque hace prisioneros. En las relaciones que nos muestra la escritora siempre hay alguien que domina a alguien que se somete. El camino del amor es engañoso porque está sembrado de las ficciones que se crían en la contemplación del “acompasado juego de los músculos” de un joven que rema en una barca, “la bella risa de unos labios” o el discurso inteligente de quien se imagina que es un espíritu sensible. Las fantasías amorosas nunca resisten el contacto con la realidad y empeñarse en ellas acaba siempre mal y desemboca en la pérdida de la libertad y de uno mismo.

De la soledad la protagonista aprende algo esencial: a disfrutarla.

—¿Tú qué sabes, niña?
Marta sabía. Las mayores alegrías, las mayores penas que había tenido en su corta vida, las había pasado en soledad. (…) La soledad no le daba miedo. Ni lo desconocido.

Esa ausencia de temor a la soledad, que Carmen Martín Gaite llamará después “habitar la soledad”, blinda a Marta Camino contra las esclavitudes de los demás, garantiza su libertad. Porque es el miedo a la soledad lo que nos conduce al sometimiento, a soportar comportamientos y personas que no merecen formar parte de nuestras vidas.

El agitado viaje que emprende la protagonista de La Isla y los demonios comienza al final de la primera parte de la novela, al identificar la tremenda soledad en la que vive inmersa. A lo largo de la segunda parte, Marta intentará combatirla —erróneamente— buscando afecto en los demás, hasta darse cuenta por fin en la tercera parte de que es posible ser completamente feliz estando sola.

La isla y los demonios, alegato por la libertad

Con estas dos armas en la mano: el escepticismo del amor y la aceptación de la soledad y la capacidad de disfrutarla, Marta podría muy bien lograr su sueño de ser libre.

Si había una persona destinada a correr por el mundo, esa era ella. Hubiera podido ser cogida, detenida por el amor… Pero hay personas a las que el amor no quiere detener ni aprisionar. Ella estaba libre delante de su juventud. Para sus pies eran los caminos. Así pensaba.

Firma de Carmen Laforet

Carmen Laforet construye esta epopeya de una adolescente a la conquista de su libertad con un estilo deslumbrante que guarda entre líneas, para quien se acerque a sus páginas, el sol, el mar y las leyendas de las islas. La autora abandona la narración en primera persona de Nada para construir un narrador omnisciente con conciencia de sí mismo, que señala saltos temporales, que nos golpea anticipando desenlaces y que sirve a la autora para penetrar el interior de personajes profundísimos. Es tan asombrosa la arquitectura narrativa de esta novela que hasta los personajes secundarios tienen su propia historia. Es imposible no hacer una mención a esa prodigiosa miniatura que en apenas dos trazos elabora Laforet con Chano, el joven jardinero que teme a la oscuridad pero se va a la guerra y…, y no cuento más para no estropear nada de esta maravilla de Isla y los demonios que nos regala Laforet.

La segunda novela de Carmen Laforet carga contra todo lo que esclaviza a las personas. La represión, las apariencias, el clasismo, la dependencia emocional, la discriminación de la mujer en la sociedad: las represivas convenciones sociales, las dificultades de las mujeres para estudiar, los impedimentos de las que pertenecen a las clases media y alta para tener un trabajo remunerado, el terrible machismo en las relaciones personales que las somete y las mata.

La isla y los demonios es un alegato por la libertad:

«Soy yo, yo, Marta Camino, quien estoy libre en este día». Y era como si hubiera comenzado a vivir (…)«A veces he sido mezquina, a veces he estado angustiada —pensaba con asombro—;una vez sentí envidia…» le parecía que todos los malos sentimientos solo pueden criarse en la oscuridad, en la opresión; un ser libre en el maravilloso mundo de Dios es bueno siempre. No se decía esto exactamente, pero lo sentía.

Entre las líneas de esta brillante novela de iniciación adolescente, Carmen Laforet burla la censura. Proclama a los cuatro vientos su defensa de la libertad, en un país envuelto en la oscuridad y la opresión de la dictadura franquista. Definitivamente La isla y los demonios tuvo que despertar algunas conciencias y molestar mucho a otras. Tal vez por eso la crítica del momento se esforzó en empequeñecer una novela muy grande, posiblemente mayor que Nada. No se hicieron esperar los avisos de peligro:

Algunas páginas fuertemente realistas y más de una alusión a malas pasiones hacen áspera la lectura.
Peligrosa. Personas formadas.

Carmen Laforet construyó para todos nosotros una maravillosa isla peligrosa que conviene visitar para tomar conciencia de que lo más preciado que tenemos cada uno de nosotros es nuestra libertad.

 

*La fotografía y firma de la escritora que aparecen en este artículo pertenecen a la Biblioteca Virtual de Prensa Histórica del Ministerio de Cultura.

Prensa consultada

  • Pueblo: Diario del Trabajo Nacional: Año X Número 3037 11/06/1949
  • Nueva Alcarria: Año XIV Número 735 – 1953 enero 24
  • Diario de Burgos : de avisos y noticias: Año LXIV Número 19527 – 1954 enero 21

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