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La nevera sin cena me obliga a salir esta noche. Y no quiero. Esta noche no. Maldita nevera. Maldita cocina. Maldito mi caos doméstico tan salvaje.

Respiro profundo y me pongo el bolso de bandolera. Sin más preparativos ni defensa abro la puerta.

-¡Vuelvo enseguida!

Me adentro en esta noche que huele a bosque, bajo un cuarto de luz de luna que mengua entre los árboles de la plazuela.

No hago caso a la hojarasca, en lo alto, balanceándose.

No hago caso a los rayos menguantes zambulléndose en el gorgoteo de la fuente.

No hago caso.

Entro en el veinticuatro horas, rebusco entre los estantes, hago una cola breve, el cajero me da las bolsas y las buenas noches.

-Buenas noches.

Pero no son buenas. Las noches con cuarto de luna no tienen gota de bondad. Todo es fuga.

Sin remedio echo a andar por una avenida que ya no existe. El kilo de naranjas, los doscientos cincuenta gramos de pechuga de pavo, el litro de leche y la realidad entera me dejan de pesar.

Miro un puesto de churros que hace tiempo no está. Contemplo, en el escaparate de una tienda que cerró, el vestido vaporoso que me compré aquella tarde que también olía a bosque, cuando nadie sospechaba aún la desgracia que iba a desencadenarse después.

Una repentina ráfaga de aire, cargada del viejo olor al musgo del boque, se lleva la avenida que ya no existe. Me deja conmocionada en mitad de la calle de verdad. Sin el puesto de churros, sin la tienda del vestido, con todo el peso de nuestra desgracia, y de las naranjas, de las pechugas y de la leche.

El cuarto de luna menguante resurge entre los árboles.

¿Y si no vuelvo?

Me gustaría tanto seguir de paseo por la vieja avenida, por mi antigua vida sin infiernos.

Se me escapa una medio sonrisa caducada.

¿Y si no vuelvo?

Me detengo.

¿Y si me fugo, me salvo yo y los dejo tirados en el infierno?

Se me escapa una medio sonrisa malvada.

Es que no puedo más. No quiero más…

Durante unos segundos, desafío en lo alto, entre los árboles, a la menguante luz del cuarto de luna.

Doy media vuelta.

Voy cargando con las naranjas, las pechugas, la leche y la realidad entera de esta calle por la que regreso a casa. A lo lejos escucho ya el gorgoteo incesante de la fuente en la plazuela.

Fotografía: Khalid Garcia. Pexels

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