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Hace ocho días tomé la decisión de salvar nuestros moribundos vídeos VHS. He ido a buscar el resultado a la tienda de fotografía. Los vídeos familiares caben en una memoria USB. Y sobra espacio. La ventaja es que puedo subirnos a todos a una nube para que nunca desaparezcamos.

Ahora mismo, en la pantalla del ordenador, está mi madre charlando. Sonríe mirando la cámara. Le devuelvo la sonrisa. En esos planos todavía sabe cómo hacer una tortilla y quién soy.

De fondo se oye la voz de mi padre muerto. Maldito testarudo que apenas sales en los vídeos. No escaparás. A ver si crees que vas a poder irte del todo.

Mi hermano consigue meterlo en plano.

No sabemos nada de mi hermano desde hace más de un año. Siempre fue así. Centrado en él mismo, desentendiéndose de todo. Egoísta.

La cámara se mueve tanto ahora  que marea. La he cogido yo. Estoy disfrazada de zombi y acabo de cumplir diez años.

Me quitan la cámara.

La niña zombi me mira ahora muy seria, en silencio, desde el ordenador.

Impresiona.

Parece que me ve.

¿Me ve?

¿Me ves?

A lo mejor se da cuenta de que no he logrado aún nada de lo que soñaba. Con lo mayor que soy ya.

La vida es muy difícil, bonita.

Ella sigue mirándome con severidad.

Me pongo a la defensiva: Qué sabrás tú si no eres más que una zombi.

Cierro la ventana al pasado. Extraigo la memoria USB de mi madre, mi padre, mi hermano y yo. Cabe todo en la palma de una mano y sobra espacio.

La ventaja es que puedo subirnos a todos a una nube para que nunca desaparezcamos.

*Fotografía base del diseño: geralt. Pixabay. Diseño de la autora 

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