Siempre está el río de Salamanca en mi recuerdo […] No estaba bien visto entonces que una jovencita de buena familia se fuera sola con sus amigotes a remar al río, pero recuerdo aquellos paseos acompasados por el chapoteo del remo como lo más alegre de mi vida. Tenían además su puntita de peligro, porque yo no sabía nadar ni creo que mis acompañantes, aunque nunca se lo pregunté, fueran tan duchos como para salvar de la muerte a la chica en apuros.
{…] el rió Tormes ha protagonizado la escena más importante de su trayecto, reflejar en sus aguas la ciudad de Salamanca, altiva y majestuosa, como siempre la veo en mi recuerdos. Hay dos puentes para cruzar hacia ella: el puente Nuevo, que se construyó a principios de siglo, cuando se intensificó el tránsito rodado, y un poco más allá el puente Romano, que data del siglo I, unido a alguna de las desgracias que sufrió el Lazarillo de Tormes. […]
Es un río caudaloso el Tormes […] Pero a pesar de su caudal, cuando yo era niña hubo inviernos tan rigurosos que se llegó a helar de parte a parte y se podía cruzar patinando. Aquello eran inviernos, los de Salamanca de postguerra, no había polainas ni bufandas lo bastante gordas como para impedir que llegásemos a clase tiritando. «Se ha candado el río», decía la gente.
[…] las catedrales, porque son dos, como los puentes: la Nueva y la Vieja. La segunda, con su torreón bizantino cubierto de escamas, está escondida a la sombra de la otra catedral más joven y airosa, surgida de las postrimerías del arte gótico. Pero aunque sea más joven, da la impresión de que ampara a su vieja hermana, de que la está respaldando para que no la dañen lluvias ni cierzos.
Saliendo por el arco de la calle Zamora o por el de Pérez Pujol, se llegaba en pocos minutos a mi casa. Casi siempre iba corriendo, porque me había entretenido con alguien y había que estar en punto a las horas de comer y cenar. Llamar por teléfono a los padres y decir: <<Oye, que no voy a cenar>>, eso era algo que no se concebía. Mi casa estaba en la Plaza de los Bandos, en ella nací y viví hasta poco después de acabar la carrera, cuando me vine a Madrid en busca de otros horizontes. Mi casa ya no existe, la tiraron hace unos años, sin que nadie me avisara. Era de tres plantas con miradores planos, yo vivía en el primero. Ahora hay un Banco. Me hubiera gustado llegarme a sacar una foto por lo menos, antes de que entrara en acción la piqueta. Aunque qué más da, de qué sirve una foto metida en un cajón, cuando todas las demás cosas han cambiado o se han perdido para siempre.
[…] He jugado mucho en la Plaza de los Bandos […] Lo he recordado así en mi novela El cuarto de atrás
Jugábamos a tantas cosas en aquella plaza, a los dubles, al pati, a las mecas, al juego mudo, al corro, al monta y cabe, al escondite inglés, a chepita en alto; también había juegos de estar en casa, claro, de éstos sigue habiendo, pero los de la calle se están yendo a pique, los niños juegan menos en la calle, casi nada, claro que también será por los coches, entonces había muy pocos. En aquella plaza sólo tenía coche un médico que se llamaba Sandoval, y era un acontecimiento cuando llegaba, nos bajábamos de las bicicletas, las madres se asomaban la balcón con gesto de apuro: <<¡Cuidado, que viene el coche de Sandoval!>>, y eso que él mismo ya entraba con cuidado, a treinta por hora.
«Tú eres poco lanzada —me decían mis amigas, cuando empecé a ir a bailar al Casino—, no das pie.» A los hombres había que darles pie, las chicas lanzadas sabían jugar con sus ojos, con su risa y con el movimiento de su cuerpo, aunque no tuvieran nada que decir. Y los hombres que me gustaban, y a los que tal vez yo también gustaba, se iban haciendo novios de otra. Aprendí a convertir aquella derrota en literatura.
[…]siempre se acababa desembocando en la Plaza Mayor,[…] yo nunca la pude ver como un monumento, y sigo negándome a reconocerla en los libros de Historia del Arte que tanto la encomian. La veo como un espacio muy grato y nada solemne donde se percibe el pulso de lo cotidiano, donde se entra varias veces al día a buscar algo.
En la Plaza Mayor de Salamanca, las chicas paseaban en el sentido de las manecillas del reloj, mientras que los hombres lo hacían en el sentido contrario. Como quiera que el ritmo del paso fuera más o menos el mismo en ellos y en ellas, generalmente lento, ya se sabía que por cada vuelta completa a la Plaza se iba a tener ocasión de ver dos veces a la persona con quien interesaba intercambiar la mirada, y hasta se podía calcular con cierta exactitud en qué punto se produciría el fugaz encuentro. <<Me toca por el Ayuntamiento –se iban diciendo para sí el paseante o la paseante ilusionados- y luego por el café Novelty>>. Con lo cual daba tiempo a preparar la mirada o la sonrisa de adiós, cuando se trataba ya de un conocido. Los chicos que se acercaban a un grupo de amigas para <<acompañar>> a alguna de ellas, lo hacían cambiando de dirección e incorporándose al sentido de las manecillas del reloj, nunca sacándolas a ellas de su rumbo para meterlas al contrario.
¡Qué fascinación tenían para mí esos conventos de la calle de las Úrsulas donde nunca se podía entrar!
Por las callecitas en torno a San Esteban, al Patio de Escuelas, a la Torre del Clavero, se deambulaba como fuera de tiempo, sin que los ojos dieran abasto para ver ni la imaginación para evocar, descubriendo a cada paso un rincón donde el silencio zurce lo nuevo con lo viejo, una inscripción, un portal, un patio abandonado.
A andar por andar, a caminar sin prisa trenzando la mirada con el paso, aprendí en Salamanca.
Salamanca despierta al ritmo de mis pasos y sé que me reconoce, que guarda mi imagen, aunque no diga nada, como yo la suya. En eso se cimentan los amores eternos: en el secreto.
BIBLIOGRAFIA
- Esta es mi tierra: “Salamanca de Carmen Martín Gaite”. RTVE. 1982. Francisco Abad.
- “Rutas de Salamanca en mi recuerdo”, en Coto cerrado de mi memoria. Ruano, Charo. Salamanca: Consorcio Salamanca 2002
- El cuarto de atrás. Carmen Martín Gaite. Destino. Barcelona: Destino 2001
- La búsqueda de interlocutor. Carmen Martín Gaite . Anagrama. Barcelona 2000
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Cada cual tiene sus propios fantasmas.
Qué ilusión que me dejes un comentario por aquí!!! muchísimas gracias 💓 Sí, los fantasmas son así de traidores, parece…
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