Voy a empezar esta reseña por el final de Nubosidad variable, porque por algún sitio hay que empezar. El último renglón de la última página nos cuenta que Carmen Martín Gaite vivió en el interior de esta novela desde 1984 hasta 1992:
Madrid, abril de 1984 – enero de 1992
Como es natural, la escritora no vivió siete años y nueve meses continuamente en el interior de esta historia, del mismo modo que es más que probable que tampoco viviera esos meses íntegramente en Madrid. La vida es muy complicada y nos lleva de un lugar a otro, de unas personas a otras, de unas historias a otras, de unas casas a otras. Pero en cada época de nuestras vidas siempre hay un lugar, una persona, una historia, un refugio al que siempre vuelves o sueñas con volver.
Carmen Martín Gaite suele fechar las novelas al final. Es especialmente importante que feche ésta porque Nubosidad Variable trata de dos personajes que ajustan cuentas con el tiempo. A Sofía y a Mariana, las protagonistas, no les queda más remedio que aceptar que a veces, demasiadas veces, hay que romper relaciones con el reloj y hasta con el calendario y renunciar a pactar con la cronología.
Todos sabemos que en una novela el tiempo de la historia y el tiempo del relato no son lo mismo. Una novela puede contarte lo que ocurre durante varias décadas en la vida de los personajes, pero luego el relato hace con ese tiempo lo que le da la gana: lo desordena si quiere, adelanta acontecimientos, se salta años, los mete en elipsis, empieza por el final, hace que pasado y presente transcurran simultáneos…
La memoria es tan díscola como el relato literario. Así, mientras tu vida adulta de mediana edad atraviesa un tremendo temporal de nubosidad variable, puedes volver a ver en sueños a tu amiga de la lejana adolescencia. O mientras buscas un papel exigido con urgencia por cualquier oficina administrativa tu profesor del instituto vuelve a susurrar en el oído casi sin venir a cuento:
Siga usted, señorita Montalvo, siga siempre.
Memoria y relato literario además de ser díscolos toman nota sólo de trocitos de vida:
que la vida está llena de añicos de espejo, pero que en cada añico se puede uno mirar.
Pero esa historia —le dije— si no se la cuentas a alguien o no la escribes, también se olvida y luego sale rota cuando la quieres recordar. O sea que todo se rompe siempre un poco y hay que pegarlo otra vez, qué se le va a hacer, un cachito de aquí y otro de allá, todo son cachitos.
Y por si todo lo anterior no bastara, memoria y relato literario son especialistas en mezclar todo: pasado con presente, realidad con imaginación, el amor con la culpa, las risas con las lágrimas.
La memoria y el relato literario se parecen tanto porque uno es consecuencia del otro. Sin memoria no podríamos hacer el relato de nuestras vidas y sin la capacidad de relatar no tendríamos memoria. De una forma u otra todos estamos llamados a ser escritores de al menos una vida: la nuestra.
Pero a veces la memoria, o el relato, o la novela, es decir la vida entera se nos enreda. Porque no es nada fácil vivir ni tampoco escribir novelas.
Y yo le digo que todo en esta vida es una pura interrupción, que no se afine en separar las cosas unas con otras, porque todas bullen al mismo tiempo (…) lo banal mezclado con lo grave, lo presente con lo pasado, lo necesario con lo azaroso, y de entender algo es sólo así como se entiende, aceptando esa misma confusión como pista valedera. Por eso es tan difícil escribir una novela.
Cuando todo bulle, cuando el barullo en la cabeza es demasiado grande, no nos queda más remedio que buscar con urgencia un interlocutor al que contar nuestras zozobras, nuestras tremendas dificultades para hacer pie en lo que acontece y desenredar la confusión de sentimientos.
—Pero, Daria, dígame una cosa… ¿Cuándo me empezaron a tratar a mí de los nervios? ¿Fue ese año que estuve en Inglaterra?
—¡Y dale! ¡Qué más dará! Lo pasao, pasao.
—No, por favor, usted se tiene que acordar, porque se acuerda de todo. Fue ese año, ¿verdad?
La eterna búsqueda del interlocutor. Eso es lo que les sucede a las protagonistas de Nubosidad Variable. Sofía y Mariana están sedientas de contar, de contarse, pero también de encontrarse a sí mismas en un relato ajeno. Y en eso consiste la Literatura, ni más ni menos.
Nubosidad Variable es la historia de dos mujeres de mediana edad, amigas en la adolescencia, a las que la vida y las decisiones separaron. Se reencuentran en una exposición y al tiempo que van contándose por carta la vida enmarañada que llevan, descubrirán cómo salvarse de tanto error y tanta culpa.
Pero esta novela no es sólo la historia de Sofía y de Mariana. Es también la historia de sí misma. La historia de cómo y sobre todo por qué se escribió Nubosidad Variable y todas las novelas del mundo.
Carmen Martín Gaite en este libro vuelve a incursionar en el universo de la metaficción. Ya en El cuarto de atrás la escritora, convertida en personaje, iba dándonos cuenta de cómo crecía y crecía en la mesa de su escritorio la pila de folios que conformaban la novela que nosotros leíamos. En Nubosidad Variable las protagonistas escriben a cuatro manos la novela de sus vidas. El título de esa novela escrita al alimón se desvela, también a medias, al final. No lo voy a decir, pero tal vez sea el que te imaginas…
Carmen Martín Gaite hace de Nubosidad Variable una metáfora del encuentro maravilloso entre los interlocutores literarios; una metáfora de la profunda amistad que nace y que une a autor y lector a través de un libro.
[…] inventando comienzos para una novela epistolar, dirigida a un destinatario del que también se ignora casi todo […] persona desdibujada cuyo nombre, Sofía, coincide con el tuyo […] te ha arrancado los atributos de soporte de escayola para convertirte en una amiga de carne y hueso […] tal vez necesitada, sin que yo lo supiera, de mi voz y mi ayuda.
Se dice que el escritor escribe pensando en un lector ideal, un lector soñado. Pero eso no es un fenómeno aislado que le suceda sólo al escritor. ¿No soñamos todos con el interlocutor ideal cuando conocemos a una persona interesante? Después el sueño se cumple o no, ésa es otra historia. Pero lo que verdaderamente importa es la autenticidad de la comunicación. Cuánta verdad pusiste tú en tus palabras cuando hablabas con él. Cuanta confianza pusiste en las palabras que te decía él, cuanta fe tenías en que estabas ante una persona verdadera, de carne y hueso. Que luego él te correspondiera o no esa verdad con verdades o mentiras es, como ya he dicho, otra historia. Lo importante es la verdad y la fe que pusiste tú en aquellas charlas. Pues con la literatura pasa igual.
Martín Gaite parece decirnos que ella escribe para gente de carne y hueso, no lectores ideales, soportes de escayola, Martín Gaite escribe para personas reales que podemos necesitar de su voz y de su ayuda.
Avanzando por esa galería subterránea de palabras sin más guía que el deseo de dar contigo para pedirte socorro y ofrecértelo (…) orientada tan sólo por la fe que se crece ante el obstáculo.
Y lo logra. Ya lo creo que Martín Gaite lo logra. No sé la de veces que un libro de Martín Gaite me ha salvado del infierno, del pozo negro.
Escribir me saca del infierno.
A mí la literatura me ha salvado de muchos pozos negros.
Yo no puedo dejar de escribir, es lo único que me cura.
No he hecho otra cosa desde que salí de Madrid más que escribirte, que gracias a eso me he mantenido con vida.
Las dos primeras citas las escribe Sofía. Las dos siguientes son de Mariana. Las cuatro nos confirman que la literatura no solo ayuda al lector dándole refugio, sino que a la primera persona a la que cobija una novela es al escritor. Sofía y Mariana se salvan escribiendo, contando, compartiendo sus zozobras.
La literatura nos refugia a lectores y escritores de las inclemencias de un mundo tan incomprensible, que pocas veces se le encuentra algún sentido.
He llegado a no verle a la vida más sentido que el de indagar su sentido (…) Es como leer con fruición inalterable una novela policíaca donde nunca aparece el asesino.
De eso van todas las novelas, de buscar un sentido a los acontecimientos. Primero a los que componen la historia que desarrollan sus páginas, pero después, y más importante, a lo que nos pasa a nosotros: escritores y lectores. Leyendo a veces se aclara un poco el horizonte, escribiendo a veces también.
A ver si vuelve a tomar vuelo ese avión de papel que me alza por encima de la realidad y me deja contemplarla mejor.
Leyendo una novela a menudo se obra el milagro, comprendes al escritor y sientes que el autor te ha comprendido a ti, que sabe bien lo que sientes. Desde las páginas de su historia, el autor te consuela, te alienta e incluso a veces te hace sonreír, y de pronto la amargura que sientes se calma un poco y duele menos. Es lo que tiene la amistad.
Con las amigas puedes desahogarte y decir que la vida es un asco, pero también reírte y quitarle importancia a los disgustos de juventud, y recordar cosas de los veranos y letras de canciones y películas, en fin un intercambio, porque si no acabas loca, pierdes hasta el sentido del humor.
Hay que leer Nubosidad Variable porque de la mano de Sofía y Mariana soltamos tantas y tantas culpas y amarguras que nos atormentan a lo mejor desde la adolescencia. Culpas que arrastramos de las relaciones con nuestras familias, con nuestras amigas de juventud, con nuestros soñados novios adolescentes, con parejas adultas que tal vez nos salieron tóxicas y envenenaron un poquito —o mucho— nuestras vidas…
Pero no es este el único motivo por el que hay que leer Nubosidad Variable. Si eres escritor, si sueñas construir novelas que te sirvan de refugio a ti pero con capacidad suficiente para refugiar también a otros, entonces es obligatorio que leas Nubosidad Variable. Porque Carmen Martín Gaite salpica su novela de importantes recetas de escritura.
Lección 1
La primera lección es que literatura es juego. Tienes que jugar.
«No deje usted nunca de jugar con las palabras, señorita Montalvo”, sí tenía razón don Pedro Larroque, es el único juego que divierte y consuela.
Y no vale hacer trampas ni abandonar, incluso aunque el juego se vuelva a veces muy peligroso.
¡Qué raro es el tiempo de la escritura! (…) Déjate a él, Sofía, no tengas miedo que es peor. Desafía el vértigo. No consiente que protestes de las curvas del camino, ni que cierres los ojos, ni que sugieras otro itinerario. ¿Que toca entrar en el trastero de Encarna? Pues vamos allá. Luego seguramente, entenderás para qué entrabas.
Lección 2
Ya se adivina en este último párrafo cual es la segunda lección. No os creáis, compañeros escritores, que vamos a poder controlarlo todo, ni mucho menos que mandamos en la narración. Podemos preparar y preparar los caminos que seguirán nuestras novelas, podemos dibujar mapas y esquemas, pero habrá momentos en que todo dará igual. Y eso es lo divertido; palabra de Martín Gaite
Vas hacia lo imprevisto y lo imprevisto es lo más divertido.
Lección 3
Que el juego sea divertido es importantísimo. Porque, compañer@s, si nos aburrimos en algún momento mientras escribimos, dejad que resuenen todas las alarmas y que cunda el pánico, porque ese tramo de la novela se nos habrá muerto; es la lección número tres.
Lo que decía don Pedro Larroque, (…) el que lo pasa bien escribiendo a la fuerza tiene que divertir a los demás.
En eso se reconocen los tramos muertos de una novela, en que empiezan a pesar por los mismos sitios por donde al autor se le empezaron a hacer pesados.
¡Un momento, por favor! Interrumpo porque veo que los que no tenéis en vuestras mesas el proyecto de una novela os estáis distrayendo. A lo mejor pensáis que los consejos literarios de la Gaite no van con vosotros. Pues os equivocáis. ¡También os atañen, no faltaba más! Porque la vida, amigos, es igualita que una novela.
—¿A que parece de novela? —me dijo.
—Pues sí, un poco de novela sí parece. Pero sabrás que yo vivo ahora mi propia novela. ¡Dios mío. Las nueve! Te dejo. Me está esperando en el callejón del Tinte Manolo Reina, un gaditano muy guapo.
La vida, como las novelas, es una historia de encuentros, búsquedas y desencuentros de interlocutores: amigos, parejas, familiares… Y en ese intercambio es importante que todo encaje, que siga una lógica y que encontremos ahí algo de sentido y ánimo para vivir en este mundo extraño y frío, donde por mucho que nos preparemos, proyectemos mapas, inventemos estrategias, planifiquemos los pasos que vamos a dar, no controlamos apenas nada; lo mismo que en las novelas. Importa —como en las novelas— que haya entre los interlocutores diversión y juego. Y conviene pararse a analizar qué sucede en los tramos pesados de la relación, sobre todo si duelen. No vayamos a estar alimentando una relación muerta…
Lección 4
Así que, amigos, seáis escritores o aunque ni soñéis con serlo, nos conviene a todos prestar mucha atención a los consejos literarios de Carmen Martín Gaite. Especialmente a la lección número cuatro. La importancia de distinguir los personajes relevantes de los accesorios.
Y es que a veces podemos confundirnos y dar demasiada importancia, atención y espacio a personas que no se la merecen.
En Nubosidad Variable hay personajes accesorios que al transcurrir las páginas se confirman relevantes. Y al revés. Personajes que parecían relevantes pero que urge dejar atrás y convertir en accesorios:
Sugerencia para próximos capítulos: el personaje de Eduardo no interesa al lector. ¿No podía ser desplazado un poco de la acción, darle menos papel?
Qué importante es, en las novelas y en la vida, dar menos papel a ciertos personajes. Sobre todo a los que hacen sufrir. Son accesorios y cuanto menos papel les demos, mejor, es lo que merecen.
Esto les pasa en Nubosidad Variable a sus protagonistas. A Sofía con su marido y a Mariana con un amor tóxico que está intentando dejar atrás, pero también con un amor antiguo, veraniego e idealizado: Manolo Reina.
Desde que a Mariana se le vuelve la vida un poquito invernal, mira mucho hacia aquel verano con tristeza y a veces culpa: Tal vez le falto valor, tal vez no fue capaz de dar rienda suelta al juego y no permitió que la ilusión se saliera de los límites de aquel verano. Tal vez, tal vez, tal vez… ¿Y si intenta recuperarlo?
Mariana es muy valiente y allá va en busca de aquel amor desafiando a la lógica, al sentido y lo que es peor a las alarmas que ya dijimos antes que no se deben descuidar, porque avisan de aquellos tramos de la acción que ya se nos han muerto, en las novelas pero también en la vida. Mariana ha escuchado con claridad las alarmas:
Le dije que al día siguiente no podríamos vernos (…) no pareció importarle. La verdad es que cuando había más gente, no presumía de intimidad conmigo.
No desvelo cómo acaba esta relación pero apuesto a que lo intuís… En cualquier caso el desenlace es muy bonito, no os lo perdáis, Martín Gaite es una maga que quiere muchísimo a sus protagonistas.
No hay nada que le guste más a Carmen Martín Gaite que la transformación. Personajes que parecen una cosa y luego son otra. Estos cambios de rumbo entre la accesoriedad y la relevancia no siempre son tristes. A veces suceden historias preciosas como la del conserje del hotel en el que se instala Mariana tras huir de Madrid. No la cuento porque estropearía la novela. Sin embargo no puedo dejar de consignar las palabras finales que le dedica Mariana:
Me dieron ganas de decirle que, dentro de mi novela, acababa de pasar de personaje accesorio a figura relevante, pero me limité a devolverle la sonrisa y a alargarle la mano que él estrechó efusivamente.
A veces un desconocido te salva un poco la vida.
¿Por qué se escriben todas las novelas del mundo?
La vida es siempre tan complicada y tan extraña que no nos cabe en la cabeza ni en el corazón: ¡Pero cómo es posible! —exclamamos—, ¡cómo puede ser esto así…! Pero es. Y por eso, porque la vida es como es, se escriben las novelas. Vivimos en un mundo inhabitable.
Ese desarraigo repentino que nos hace cortar amarras con las referencias habituales, desenfoca los perfiles del mundo y nos lleva a la deriva hacia las costas de la literatura.
Carmen Martín Gaite hizo de la nubosidad variable de sus días una novela. En ella se refugió a ratos entre abril de 1984 y enero de 1992. En 1985 fallecía la hija de Carmen Martín Gaite, Marta Sánchez Martín, a la que los lectores de Gaite conocemos como “la Torci”.
Por correspondencia publicada de Carmen Martín Gaite, sabemos que Marta le decía a su madre que era “un ser tronchante”. En Nubosidad Variable, es Amelia, hija de Sofía la que le dice esas mismas palabras a su madre:
Amelia se echó a reír y me abrazó por el cuello.
—Eres un ser tronchante.
Desde 1985 hasta 1992, mientras Carmen Martín Gaite escribía Nubosidad Variable, Amelia —la Torci— no estaba muerta, vivía, era azafata y “viajaba por las nubes”.
(…) este cuarto (…) el último que decoré con ilusión para mi última niña.
Ni siquiera ha sido una decisión quedarme aquí, mientras ella viaja por las nubes.
Y esta es la razón por la que se escriben todas las novelas del mundo.
Por eso me he puesto a escribir, para que no se me olvidara lo que ha podido quedar, para rescatarlo (…)
—Siempre se escribe para lo mismo, un poco en plan “restos de naufragio”, ¿no?
A veces, la única forma de sobrevivir a un naufragio es guarecerse en una novela. Nubosidad Variable de Carmen Martín Gaite es un magnífico refugio. No te la pierdas.
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Cada cual tiene sus propios fantasmas.
Qué ilusión que me dejes un comentario por aquí!!! muchísimas gracias 💓 Sí, los fantasmas son así de traidores, parece…
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De acuerdo contigo en todo, Carlos. Para mí también mi campo de expresión preferido es la literatura, y la verdad…
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