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¿No os ha ocurrido alguna vez que vais pensando en alguien y de repente se os aparece esa persona justo delante, a tres palmos de vosotros? Pues algo así me acaba de suceder esta mañana.

Iba yo pensando en la fugacidad de la vida, la increíble velocidad a la que discurren los segundos, los minutos, las horas, los días, y en que parece que fue ayer cuando subía yo por una cuesta —más empinada de lo que podáis suponer—, con Pasos en la escalera bajo el brazo, camino de esa librería gigantesca de nombre caudaloso.

¡Pero de ayer nada! Medio año se ha ido ya desde que puse el pie —es un decir— en esa Amazon desmesurada. Un mes tras otro hasta seis…

En éstas estaba, cuando abro el buzón y a tres palmos de mi cara encuentro un sobre que no es una factura ni tampoco publicidad. ¡Una carta! De esas que ya no se escriben, con el siguiente remite

Comunidad de vecinos Pasos en la escalera
Dos pisos más lejos del cielo.
La Ciudad Pálida

Recibir una carta de novela no es nada frecuente, así que me he ido al rincón de los contadores, que está más oculto y es más tranquilo, y la he abierto allí mismo. La transcribo porque la carta no es para mí. Es para vosotros.

La letra es irregular e inestable yo diría que algo nerviosa. Pero vete a saber qué vecino la ha escrito porque nervios es lo que sobra en ese edificio . En cualquier caso es un dato poco relevante, porque firman todos al final:

Queridos lectores.

A continuación hay un corazón que con toda seguridad es obra de la niña fea. Lamento tener que decir que dibujar tampoco se le da bien. Pero ya irá encontrando su camino.

Nos hemos reunido en la azotea al atardecer, cuando está a punto de salir una luna llena que promete ser muy hermosa.

Tras someterlo a votación hemos decidido, por mayoría de todos contra uno, haceros llegar nuestro agradecimiento a los lectores que desde hace medio año venís a visitarnos. Nos hace muy felices a casi todos.

Tengo mis sospechas de quién es el vecino gruñón que ha votado en contra del agradecimiento. Apuesto por el del tercero. Pero si entráis en el edificio, por favor, no le digáis que yo he dicho nada, que es un tío que se enfada enseguida. Y tampoco se lo tengáis en cuenta. Está pasando un momento crítico de trasformación y determinados cambios vitales se llevan mal.

Dado que la escritora a la que encomendamos nuestra historia es una completa desconocida, ningún vecino confiaba demasiado en que los lectores fuerais a adentraros en el edificio de la novela.

¡Bueno, a ver, un poquito de respeto, por favor! Tampoco soy tan, tan desconocida. Que hay gente por ahí que me conoce de otra novela anterior: Rompecabezas y además he escrito un montón de cuentos. Y el último en un barrio peligroso nada menos, donde ha peligrado la vida de la artista…

Ya sabemos que se va a enfadar cuando lea esto. Los escritores son muy susceptibles y tienden a verse más grandes de lo que son. Así que, Laura, bonita, reconoce que no eres una best seller y que ni tú esperabas tantos lectores.

Tienen razón. Como siempre.

Por todo lo expuesto, temíamos mucho que nadie fuera a venir a esta ciudad pálida y empujara la puerta de este bloque de viviendas, por aquello de evitar el riesgo de que el edificio de la novela se les pudiera venir encima, porque vaya usted a saber cómo estaba hecha. Pero ya veis que, aunque esta construcción no la firme un escritor famoso, el edificio es sólido y no se cae.

Pasos en la escalera

El último punto del orden del día lo alcanzamos con el resplandor de la luna asomando ya entre los edificios que enfrentamos. Antes de dar la reunión por terminada os hacemos un ruego a los lectores. Cuando visitéis el edificio, tened cuidado con la puerta de la azotea. Está algo estropeada y los portazos nos hacen temblar un poco a todos.

Así mismo, solicitamos a la escritora —que sabemos que nos lee— que proceda a las reparaciones pertinentes.

Voy a fingir que no he leído esto último, porque la puerta imperfecta de una azotea estrellada es trascendente e intocable. Ellos también lo saben, pero no se resignan.

Para terminar, algunos vecinos quieren hacer constar otro asunto. Sigue viéndose en el interior del edificio y en sus alrededores más cercanos a una abeja diferente a las demás. Basta mirarla para darse cuenta de que el misterio vuela a su alrededor. Planteada en común la cuestión de su origen, la respuesta ha sido un absoluto y largo silencio, interrumpido de pronto por unas incontenibles carcajadas del lunático de arriba que nos han sobrecogido un poco.

Confieso que estoy sorprendida. No me explico cómo se atreven a poner semejante calificativo de un vecino en el acta de una reunión de comunidad. Pero como conozco bien al vecino de arriba, sé de buena tinta que sumar a la luna su ático y formar con ambos una palabra de ninguna manera le va a molestar.

Repuestos del sobresalto, queremos decir a los lectores que hayan visitado o que vayan a visitar el edificio: que tampoco se preocupen en exceso por la abeja misteriosa ni mucho menos la teman, porque todos los vecinos estamos ya muy pendientes de ella, y confiamos en que a la mayor brevedad los interrogantes al respecto quedarán resueltos.

 

Sin más asuntos que tratar, damos por terminada la sesión, cuando una hermosísima luna llena brilla sobre nuestras cabezas.

 

A catorce de octubre de 2023, en la Ciudad Pálida.

Meto la carta en el sobre, la guardo en el bolsillo del vaquero, pero antes de empezar a subir las escaleras en dirección a casa quiero dar un gracias enorme a todos los que en estos seis meses habéis leído Pasos en la escalera. ¡Muchísimas gracias! 💗

Pasos en la escalera portada y contraportada