La biografía de san Juan de Sahagún discurre entre la historia, los rumores y las leyendas.
Vida de San Juan de Sahagún
La Salamanca del siglo XV era una ciudad sin ley. Las reglas se imponían a golpe de espada. Mientras el pueblo llano centraba sus esfuerzos en sobrevivir, la nobleza salmantina se aliaba en dos bandos enfrentados. El bando de santo Tomé (en torno a la plazuela de los Bandos, antigua plaza de santo Tomé) y el bando de san Benito.
La rivalidad se cimentaba en desencuentros políticos y de reparto de posiciones de poder en la ciudad. Eran habituales combates, muertes, y emboscadas.
Este ambiente de guerrillas empapó la arquitectura de la época: palacios fortificados, ventanas escasas y protegidas, y torres defensivas.
El territorio de uno y otro bando lo marcaba el Corrillo, que en aquella época se conocía como el Corrillo de la Hierba. Era tan peligroso traspasar ese límite, que la hierba crecía a sus anchas en la zona sin que nadie se atreviera a poner un pie sobre ella.
En este contexto, en el año 1457, llega Juan a Salamanca. Natural de Sahagún (león), hijo de Sancha Martín y Juan González de Castrillo . Viene a estudiar y es admitido en el colegio de san Bartolomé (sobre sus ruinas se levanta hoy el Palacio de Anaya).
Muy pronto destaca como orador. Padece una grave enfermedad que le lleva a prometer que si se cura se meterá a fraile.
Fray Juan de Sahagún se hace famoso enseguida. Su oratoria atrae a gentes de todas clases a los sermones de sus misas. Es corriente escuchar decir a los salmantinos de entonces: “Vamos a oír al fraile gracioso”. Pero fray Juan no solo hace gala de sentido del humor, también critica sin piedad, reprocha, y exhorta a la Nobleza a detener la escalada violenta que despliegan por la ciudad.
Los nobles intentan silenciar con amenazas al fraile. Pero lejos de acobardarse, fray Juan lleva su actitud crítica más allá de los púlpitos hasta las mismas puertas de las casas de los nobles. Estorbando incluso físicamente enfrentamientos y evitando así algunas muertes.
Entre los hechos asombrosos que se atribuyen al fraile, corre de boca en boca por toda Salamanca que al salir de la iglesia de san Martín, dos hombres se han ido hacia él con el encargo de apalearlo. Nada más blandir los palos, los brazos de ambos se han quedado paralizados y al instante se han visto atacados de convulsiones que les recorrían el cuerpo. Arrepentidos, pero sobre todo aterrados, han implorado perdón al fraile y ya recuperados han huido a lo más oculto de sus casas.
Fray Juan hace gala además de una enorme intuición profética que utiliza para intentar reconducir la violencia de la Salamanca nobiliaria. No hemos encontrado datos de las profecías que al respecto realizó el santo, pero entre rumores, fama y carisma los nobles se dejan persuadir por un hombre que parece tener más poder del que imaginan.
Con la mediación de fray Juan se alcanza la concordia de los bandos. El documento se firma en el número 84 de la calle de san Pablo. En la entonces conocida como Casa de las Batallas, que paso a denominarse Casa de la Concordia. De esta casa sólo se conserva el arco de la puerta principal con la inscripción latina: «ira odium generat, concordia nutrit amorem«
Fray Juan, cual caballero andante o súper héroe del Medievo que viene a ser lo mismo, prestaba su ayuda a todo el que la solicitara. Era tanta la fama que alcanzó en la ciudad, que su superior de la orden de los agustinos, ocultando seguramente algo de envidia bajo la excusa de la discreción, le ordenó que limitara sus actuaciones espectaculares.
Atado así de pies y manos se paseaba un día fray Juan por la ciudad. En la calle Pallideras (hoy Padilleros), un albañil trabajaba subido a un andamio. El andamio cedió y el albañil al caer gritó:
—¡Fray Juan me asista!
El fraile, que estaba muy cerca y le oyó, corrió a socorrerle y le dijo:
—¡Espera un poco que voy a pedir licencia!
Y cuenta la leyenda que el tiempo que tardó en volver el fraile, el albañil se quedó flotando en el aire. Cuando fray Juan regresó, el albañil aterrizó suavemente en el suelo.
Muy conocido es el encuentro de Fray Juan y un toro bravo desbocado en la calle que baja hasta el río, conocida en aquella época como calle santa Catalina. Las posibilidades de salir indemne de semejante encuentro en calle tan estrecha eran muy escasas. Lejos de asustarse ante el astado, fray Juan extiende la mano y ordena con energía: ¡Tente, necio! Y la bestia obedece. En recuerdo de tan extraordinario suceso se puso a la calle el nombre Tentenecio.
No menos conocido fueron los hechos que acaecieron en un pozo ancho y profundo conocido de la gente de entonces como pozo Amarillo. Un niño se cae dentro del pozo. La madre desesperada pide ayuda a gritos pero nadie acude al rescate del pequeño. Hasta que fray Juan escucha los angustiados gritos de la mujer, y no duda en ir en su ayuda. El fraile se despoja de la correa con que se anuda el hábito, la introduce en el pozo, pero es demasiado corta y no alcanza al niño. Sin embargo la madre enmudece su llanto, porque contempla asombrada que las aguas del pozo se elevan con el niño “flotando sobre sus olas”. La mujer abraza al pequeño que está sano y salvo. Mirando a fray Juan entre lágrimas de alegría sin dejar de estrechar a su pequeño grita:
—¡Milagro! ¡milagro!
El grito emocionado de la madre se contagia a la ya multitud de curiosos que se han reunido en torno al pozo. Las gentes mirando al fraile le vitorean: ¡Milagro! ¡milagro!
El fragor de los gritos es de suponer que atrae cada vez más gente al lugar de los hechos. El fraile se ve rodeado de una multitud que le aclama, a pesar de que él se deshace en explicaciones para intentar quitar importancia a lo que acaba de ocurrir. Pero como la gente no cesa en su empeño de hasta elevarlo a los altares por aclamación al grito de: ¡Santo! ¡santo! ¡milagro! ¡milagro!, fray Juan escapa como puede de la multitud, y corre en dirección a la plaza de la Verdura (situada junto a la iglesia de san Martín, ocupando también el espacio que corresponde hoy a la Plaza Mayor) Y entonces sucede algo sorprendente.
Fray Juan coge una banasta de sardinas vacía, y se la coloca en la cabeza como solían hacer los chiquillos cuando jugaban “al toro”. A continuación emprende una alocada carrera por la calle de la Rúa gritando él mismo: ¡al loco! ¡al loco! Como no podía ser de otra manera la chavalería le sigue la corriente y le persigue.
La interpretación que hacen los biógrafos del santo es que fray Juan prefería vivir en el territorio de la humillación que en el de la aclamación. Fuera así o no, lo cierto es que el fraile parece querer borrar de las mentes de los salmantinos la hazaña realizada. Prefiere asumir una identidad falsa; que la gente le conozca como el fraile loco antes que como el fraile santo, o el fraile heroico.
En cualquier caso, a pesar de los esfuerzos del fraile, Salamanca no quiso olvidar el rescate milagroso del niño. Y tiempo después, cuando hubo que ensanchar la calle y se eliminó el pozo, se colocó una piedra que simulaba el brocal junto a una de las casas, y en su fachada el relieve de piedra que se conserva hoy en la calle Pozo Amarillo.
Junto a Pozo Amarillo discurre la calle Correhuela. La denominación podría hacer alusión, según algunos, a la correa del hábito que utilizó el fraile para rescatar al niño. Para otros Correhuela hace referencia a la huida loca que emprendió el santo del que la gente decía: corre, vuela.
Las ayudas que Fray Juan prestaba a la gente no siempre eran tan espectaculares. Así se cita a un bedel que se hacía cargo de la librería de la universidad, y al que robaron un libro de mucho valor. Angustiado porque aquello pudiera costarle el puesto acudió al fraile. Fray Juan ofició misa y a su término un hombre dejó anónimamente el libro robado en el altar.
Tomás Cámara y Castro, biógrafo del santo, se hace eco de una pequeña cruzada (con cierto toque machista, no todo van a ser virtudes) que emprendió el fraile contra determinados escotes que impusiera la moda femenina del momento. Lo cuenta así:
Existía en aquellos tiempos la detestable costumbre de presentarse las mujeres con vestidos muy escotados. Causando tamaña desenvoltura, grandes escándalos, y ocasión de ruina a buen número de almas […] Como víboras se revolvieron las mujeres del auditorio contra su padre; y agrupadas en montón indescriptible dieron suelta a sus lenguas en espantosa gritería; y de las insolencias de palabra pasaron a las obras; determinando de apedrearle […] fue preciso que ampararan al Santo varios hombres que se llegaron a la concurrencia; y acompañado de ellos pudo evadir tan grave peligro y refugiarse en su convento.
La connotación misógina con que está redactado este párrafo no precisa de mayores comentarios. Lo único que vamos a comentar es que resulta como mínimo curioso que el fraile no precisara de escolta para afrontar los peligros de una nobleza enfadada con él por inmiscuirse en su guerrilla entre bandos, pero sí precisara de protección, por supuesto masculina, para librarse de unas mujeres “agrupadas en montón”… ¿Sugiere el padre Cámara que un grupo de mujeres son más peligrosas que un grupo de hombres armados hasta los dientes?
El machismo medieval del siglo XV se da la mano con el machismo de finales del siglo XIX, fecha en la que está redactado el párrafo transcrito. Se ve que en cuatrocientos años se evolucionó muy poco. La suma de cuatrocientos años de machismo hace que la narración del padre Cámara sobre la vida de san Juan de Sahagún naufrague en este punto y en alguno de los siguientes por el terreno del absurdo.
La tradición afirma que fray Juan murió víctima de la venganza de una mujer despechada perteneciente a la nobleza salmantina. Los sermones del fraile hicieron mella en un caballero que decidió poner fin a las relaciones ilícitas que mantenía con esa mujer. La forma en que la dama consiguió acabar con la vida del fraile no está muy clara. Unos afirman que extorsionó a un médico para que éste le suministrara el veneno al santo. Otros sin embargo, lejos de involucrar a un hombre en la muerte del santo, prefieren la explicación de que la mujer con brujerías y tratos con el inframundo logró la muerte del santo.
Lo cierto es que fray Juan de Sahagún murió en el monasterio de san Agustín de Salamanca el 11 de junio de 1479, de una extraña afección que los médicos no supieron explicar ni curar.
Se dice que después de muerto la gente siguió acudiendo a él. Venían las gentes de diferentes lugares al convento agustino de Salamanca, donde primero se enterró, a pedir favores al santo. Entre los milagros realizados se citan varios, incluso la resurrección de un muerto, la curación de un niño atropellado por un carro de bueyes, la recuperación de tullidos…
El 1 de septiembre de 1835 se trasladaron los restos al altar mayor de la Catedral, donde se encuentran en la actualidad.
Bibliografía
- Vida de San Juan de Sahagún del Orden de San Agustín patrono de Salamanca. Tomás Cámara y Castro. Salamanca. Imprenta Calatrava. 1891
- Historia de las antigüedades de la ciudad de Salamanca. Gil González Dávila. Salamanca. Imprenta Artus Tabernial. 1606
- Toponímia urbana en la Salamanca de los Siglos de Oro. José Luís Herrero.
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