Seleccionar página
El 2 de octubre de 1920, el teatro Liceo, abarrotado, estalla en aplausos. Ante la insistencia del público, Elisa Kenelesky sube al escenario y agradece la ovación.

¿Pero quién es Elisa Kenelesky?

Días antes, El Adelanto ha informado de la presencia en la ciudad de una famosa escritora polaca.

Sobre el escenario, la popular escritora agradece los aplausos con una pinta bastante sospechosa: un “fastuoso abrigo de terciopelo”, “encasquetado su gorro de excursiones en trineo” y calzada con “alta bota que sabe de nieve de estepas”. Un atuendo tan polaco que no convence del todo a los salmantinos allí presentes. ¿Será de verdad polaca? ¿será española? ¿será charra? ¿Pero quién es Elisa Kenelesky?

Cuando la primera guerra mundial ensombrece Europa, el periódico madrileño La Época empieza a publicar artículos de un personaje maravilloso. Una salmantina con vinculaciones leonesas, llamada Elisa. Casada con un polaco de ascendencia española llamado Pablo Kennelesky. Elisa escribe desde Varsovia —vía Berlín— cartas a su madre. Cuenta sus aventuras y desventuras, casi siempre en la retaguardia. Una intrépida corresponsal de guerra, que en compañía de su criada —Natcha— cual Escarlata O’hara, llega a desafiar bombas y metrallas, sin otra heroicidad que el egoísmo de querer salvar a los suyos, que no es poca cosa.

Así da comienzo el rotativo La Epoca a la publicación de las andanzas de Elisa Kenelesky o Keneleski, a veces Kenneleski y a menudo simplemente Elisa:

Una familia española, de las muchas que hay emparentadas con polacos, recibe la siguiente curiosísima carta de una dama castellana, casada con un distinguido varsovita. Reproducimos el escrito, sin suprimir uno solo de sus ingenuos párrafos

La infatigable dama castellana describe los combates, los disparos, las bombas, los gases tóxicos de la primera guerra mundial. Cuenta a su querida madre y a los lectores que se asoman a sus cartas, los esfuerzos que hay que hacer para habitar la retaguardia de una guerra, para llevar adelante una vida normal en una ciudad donde escasean alimentos, proliferan los heridos y los vecinos desaparecen misteriosamente. Kenelesky describe una Varsovia sin hombres, llena de mujeres que se acaban de descubrir con capacidad más que de sobra para abastecer la ciudad:

El sombrío horizonte, iluminado por el sol poniente en una gran banda dorada, refulgía de cuando en cuando con resplandores de incendio, y unas ráfagas, parecidas a cohetes, se cruzaban en lo alto, reflejándose todo en el río. El ruido era insoportable: los estampidos se sucedían con tal rapidez, que formaban un retumbar interminable, como el de los truenos de una tempestad deshecha en un país montañoso. De cuando en cuando estremecía la tierra la detonación grave y prolongada de los grandes cañones, seguida de un hórrido gemido de sirena.

Yo no he encontrado la poesía de esta guerra, cuyos ramalazos temo que os lleguen algún día.

Me dicen que los que más lastiman y parten el alma son los atacados de aires nocivos, como aquí se llaman a esas nubes amarillo-verdosas que avanzan a ras del suelo, llevando la muerte en alas del viento.

Te parecerá mentira si te digo lo que vimos: apenas ha dejado rastros visibles la catástrofe; una lluvia abundante ha cubierto de vegetación aquellos campos, saturados de sangre, y hasta las trincheras, en la parte en que no han sido ya cubiertas, están colmadas de hierba.

No es para descrito el peligro constante en que nos vimos; en fin, ya pasó aquel espantoso torbellino de granadas y metralla, en que estuvimos envueltas antes de dar con el cuartel general.

No viéndolo, como yo lo veo aquí, parecerá increíble el hecho de que, en la mayor parte de los oficios y profesiones a que se dedicaba, el hombre ha sido sustituido, con ventaja, por la mujer. Y este triunfo del sexo que llaman débil, ha sido silencioso, incruento, pero, a mi manera de ver, tan sólido y definitivo, que los varones, cuando regresen de la campaña, encontrarán una competencia, acaso más difícil de vencer que las resistencias de los actuales frentes de batalla.

Dos años después del final de la guerra, Salamanca aplaude a Elisa Kenelesky. El periódico de ese día, 2 de octubre, informa de lo que acaban de ver los salmantinos en el Liceo:

El bonito apropósito de Elisa Kenelesky, que lleva por título La catequista modelo.

Pero cuatro días antes, el mismo periódico, había contado a sus lectores:

Don Luis Maldonado ha tejido este capricho literario, «La catequista modelo».

Luis Maldonado de Guevara y Fernández de Ocampo (1860-1926) es escritor, como Elisa Kenelesky. Además es por entonces rector de la Universidad salmantina, catedrático de Derecho Civil y senador del reino de España.

Casa de Luis Maldonado, calle Toro, Salamanca

Casa de Luís Maldonado en la actualidad, con la placa conmemorativa que se colocó a su muerte

¿Pero en qué quedamos, La catequista modelo es de Elisa Kenelesky o de Luis Maldonado?

De Luis Maldonado. O al menos así lo confirman sus amigos, dos años después de su muerte, en el libro Antología de las obras de Don Luis Maldonado. En la sección “piezas teatrales menores”.

¿Y por qué Elisa Kenelesky está en el escenario recibiendo los aplausos de una obra de Luis Maldonado?

Cuando Luís Maldonado fallece, durante el verano de 1926, el director de La Epoca le dedica una sentida necrológica. Allí confiesa:

Trabajos memorables suyos fueron aquellas notabilísimas cartas de Polonia, firmadas por «Elisa», que Maldonado redactó con su limpio estilo en los días trágicos de la guerra europea.

Pero si Luis Maldonado redacta aquellas cartas, ¿Elisa Kenelesky es un personaje de ficción?

Seguramente…

 ¿Y quién es entonces la mujer —de carne y hueso— que sube al escenario del Liceo, a paso firme, con sus botas de polaca, a agradecer la ovación de Salamanca?

Una incógnita sin solución. Lo único seguro es que era una desconocida para la buena sociedad salmantina que abarrotaba el Liceo, porque nadie la reconoció.

¿Y por qué Luís Maldonado quiso sacar a Elisa Kenelesky de los renglones de La Época, y la subió envuelta en un abrigo de terciopelo al escenario del Liceo?

No lo sabemos.

Quizá por ser rector, catedrático y senador no quiso vincularse con una pieza teatral que en su propia antología califican de menor, destinada a un público femenino y juvenil, y optó por esconderse en la bruma. O quizá quiso gastar a la ciudad una broma digna de la monumental Salamanca. Bromista era. A Miguel de Unamuno le hizo creer que un ciego de Robliza era el autor de un romance que en realidad había escrito él. Y don Miguel, que no tenía un pelo de tonto, al principio se lo creyó.

¿Y si nosotros también nos lo creemos? ¿Y si Elisa Kenelesky de verdad existió?

Lo malo de las brumas y las bromas es que son difíciles de controlar. El embrollo de Maldonado no se quedó entre las cuatro paredes del Liceo. Se salió del teatro y acabó impreso en un Boletín de la Institución Libre de Enseñanza.  Elisa Kenelesky  estrenó con gran éxito en el Liceo de Salamanca su obra La catequista modelo, el 2 de octubre de 1920. Y no lo digo yo. Lo dice el número 782 del Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, una de las revistas de mayor prestigio en aquellos tiempos.

Ese mismo año, la publicación quincenal Mi Revista, en su  número 128, decide sacar un suplemento. Imprime para sus lectoras La catequista modelo de la escritora Elisa Kenelesky.

Era cuestión de tiempo que la Kenelesky se colara sin complejos en los estudios literarios dedicados a mujeres. En los años noventa del siglo XX, aparece citada en el libro Autoras en la historia del teatro español: Siglo XX (1900-1975). 

El nombre de Elisa Kenelesky  llega a nuestros días impreso en múltiples estudios de literatura teatral. En Teatro Español (de la A a la Z) se dice de ella:

Dramaturga. Relacionada con los círculos católicos de la época, escribió para ellos una pieza catequística. La catequista modelo.

No sabremos nunca con certeza si Elisa Kenelesky entró en el Liceo para gastarnos a todos una broma de Luís Maldonado. Lo que sí sabemos es que Elisa Kenelesky estuvo en el Liceo y Salamanca la ovacionó.

Más de cien años después de aquel día, el nombre de Elisa Kenelesky está impreso en libros de Literatura con las mismas negritas, los mismos tipos de letras, que el nombre de Luís Maldonado. Igual de reales los dos. Y un siglo después, igual de ficticios.

El 2 de octubre de 1920, Elisa Kenelesky, la intrépida corresponsal de guerra de La Época, pisa las tablas del Liceo de Salamanca. Se detiene en el centro del escenario, en el punto exacto donde el brumoso universo de los entes de ficción se confunde con la niebla de la Historia, respira hondo y sonríe al público decidida a ser real.

Suya es la victoria.

 


BIBLIOGRAFÍA

  • Antología de las obras de Don Luis Maldonado. Luis Maldonado. Salamanca : [s.n.], 1928 (Salamanca. Imprenta Ferreira)
  • AUTORAS DRAMÁTICAS ESPAÑOLAS ENTRE 1918 Y 1936 (Texto y representación) Pilar Nieva de la Paz. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Instituto de Filología. Madrid. 1993
  • TEATRO ESPAÑOL (de la A a la Z). Javier Huerta Calvo, Emilio Peral Vega, Héctor Urzáiz Tortajada. Espasa Calpe. S.A. Madrid 2005
  • Autoras en la historia del teatro español: Siglo XX (1900-1975).  Juan Antonio Hormigón, ‎Inmaculada Alvear, ‎Carlos Rodríguez · Madrid 1996
  • El Adelanto. Diario político de Salamanca: 28/09/1920; 02/10/1920; 04/10/1920; 12/06/1927
  • Boletín de la Institución Libre de Enseñanza: Año XLIX Número 782 – 1925 Mayo 31
  • La Época: 26/08/1915; 18/09/1915; 18/10/1915; 03/01/1916; 30/08/1919; 14/09/1919, 22/07/1926

Puede que también te interese

Federico García Lorca en Salamanca

Federico García Lorca en Salamanca

El 21 de octubre de 1916, Federico García Lorca viaja en el tren de Medina del Campo con destino a Salamanca. Tiene 18 años y una matrícula de honor...

¿Hacemos un descanso del mundo real?


Cuentos para respirar hondo y seguir adelante 💪

 novelas


Dos historias sobre la dificultad de habitar mundos tan diferentes a los que soñábamos